Con entusiasmo

Escribo bien. Es algo que me gusta hacer, he aprendido a hacerlo cada vez mejor y a los demás les gusta leerme. Hasta allí todo bien. Pero si uno sólo hiciera las cosas que hace bien, dejaría el noventa y nueve por ciento de la vida pasarles al lado. Pocas personas cantan verdaderamente bonito, o tienen ritmo para bailar, tocan guitarra con virtuosidad o pintan con talento. Pero nada de eso es impedimento para hacerlo.

Todo lo que vale la pena hacerse, se debe hacer aunque sea mal. Pero con entusiasmo. Yo no aspiro a ser campeona de karate y allí sigo, todos los días, haciendo mi mejor esfuerzo. Porque me gusta y es para mí. Igual que cuando trato de pintar. O de coser. Si algo me trae felicidad, se va y yo con ello.

Sólo el mero hecho de derivar satisfacción personal de algo es suficiente para intentarlo. No todo tiene que tener un propósito ulterior, trascendente. Se vale hacer las cosas porque sí. Y porque se puede.

Posturas cómodas

Yo duermo boca arriba con los brazos en cruz cual momia. Me duelen los hombros cuando duermo del lado y despierto con la almohada marcada. Todo mal. Pero si estoy muy cansada, duermo del lado y no entiendo cómo estando menos cómoda duermo más rápido.

Encontrar una postura en dónde afianzarse y no moverse es un ideal. Pero lo cierto es que las cosas se mueven. Todo el tiempo. No hay nada fijo y hasta la interpretación de las palabras va evolucionando. Hay que saber navegar entre lo que tenemos qué conservar y la forma de hacerlo.

La mayoría de las mañanas amanezco como me acosté y otras no. Ni modo quedarme despierta para no moverme. Ni que fuera momia.

Prenderse

También al dolor se le agarra cariño

apego para no cambiar

a cualquier cosa se aferra uno

para no caer al vacío

cuando el verdadero cariño

es con la mano abierta.

Cuando uno ya está de cierta edad

Tengo muy presente el envejecimiento de mi mamá. Su deterioro fue tan drástico, que lamentablemente me cuesta recordar cómo era antes. Tal vez una vaga memoria de cuando yo era muy niña. No me gusta que el tiempo me pase encima dejando huellas. Pero… también tiene ventajas llegar a cierta edad y quiero ponerlas en una lista:

  1. Menos importancia a las cosas que no la tienen, como la opinión de los demás acerca de mi vida privada.
  2. Menos miedo a ser directa. Me queda menos tiempo de vida, mejor no lo desperdicio.
  3. Más facilidad para dejar ir.
  4. Menos rencores, menos necesidades, menos ansiedades.

Ay. Creo que no sigo porque no termino. Llegar a cierta edad, cuando la vida nos ha permitido crecer, aunque sea a palos, me ha liberado para ser más tranquila. Y eso está perfecto. Que se vengan muchos años más.

Segundas vueltas

Las cosas escuchadas de segunda mano van enriquecidas. No hay forma de volver a contar una historia sin cambiarla, aunque sea en una palabra. Además que es difícil repetir literalmente algo que uno escuchó, aunque sea tremendamente conocido. Si no, traten de contar el cuento de la Cenicienta sin trabarse. Porque además hay demasiadas versiones y la de Disney no es la original.

La tradición de la humanidad viene de recontar nuestros orígenes. De allí agarramos nuestra identidad, entendemos nuestro pasado, sacamos soluciones para el presente, tenemos esperanza en el futuro. Y, contrario a lo que uno cree, la fugacidad de las palabras dichas tiene la magia de la transformación. Es en su misma transitoriedad en donde está su transformación y es la única forma en que adaptamos las tradiciones. Cuando éstas se vuelven escritas en piedra y no dan espacio para el cambio, es cuando nos sentimos aplastados.

Recontar lo vivido nos acerca a la experiencia, pero, mejor aún, trae ese conocimiento al presente. Cambiarlo sirve para transformarnos nosotros. Y saber que nada se queda igual, nos da libertad para seguir adelante.

Fecha de caducidad

Cuando estudiaba la carrera y explicaban lo de la prescripción, termina siendo una fecha de caducidad para ejercer un derecho. Y uno podría pensar que qué tontera que un derecho caduque, o sea, si me deben dinero y no me lo devuelven, ese dinero siguen sin dármelo, por mucho que pase el tiempo. Pero, aparentemente, todo termina, al menos hasta la muerte y de ésa ni siquiera estamos tan seguros como creemos.

Hay una forma de darle dimensión a nuestras experiencias y es darse cuenta que todo, todo, tiene un número limitado de veces que lo hacemos. Pero va más allá: hasta los recuerdos se acaban. ¿Cuándo fue la última vez que escucharon con nitidez la voz de alguien que ya no está? ¿Su olor? Toda la vida es preciosa, en el sentido que tiene un valor, precisamente porque es finita y nada conserva su mismo estado. En el momento en que uno no sólo entiende eso, sino que lo celebra, puede moverse hacia cualquier cosa que venga.

Creo que aún puedo recordar a mi madre cantándome la canción de Mocedades que le gustaba. Creo. Estoy casi segura que siento el olor de mi padre al abrazarme. Recuerdo con mejor claridad el peso del cuerpo de mis hijos cuando eran bebés, la cara de mi esposo cuando nos casamos, mi primer choque, el dolor de cuando me quebraron la mano en el karate. Bueno y malo e indiferente, todo ha pasado y alguna vez ya no podré sacarlos de la memoria. Espero que haya más cosas que llenen esos espacios.

Igual lo voy a usar

Mi mamá tenía una amiga que seguía guardando sus regalos de boda, sin desempacar, quince años más tarde. No los quería gastar, romper, arruinar. Hasta que un día mi mamá le dijo que mejor los usara ella, porque si se moría, le iba a dejar todo nuevo a la potencial repuesto de esposa.

Nunca he olvidado eso y trato de no guardar nada para una “ocasión especial”, porque si no lo uso, para qué lo tengo. Es como las instrucciones de C. S. Lewis para que no le rompan a uno el corazón: guardarlo y no tener ni siquiera un perro de qué encariñarse para que no se rompa nunca. Pero… las cosas todas se desgastan y mejor que cumplan el propósito para el que fueron hechas, aunque terminen en pedazos.

Recordé tanto, tantísimo a mi mamá hoy que estaba reparando un saco que se me rompe casi cada vez que me lo pongo. Me gusta muchísimo y casi, casi no lo quiero usar. Menos mal tengo la voz de mi madre en mi mente. Hoy lo tengo puesto.

La nostalgia

Es un olor esparcido de casualidad

por alguien que usa el mismo perfume

el sabor del helado favorito

una canción que se parece a otra

en otro carro, hacia otra parte.

La nostalgia es la hermana suave del dolor

es el suspiro después del llanto

el sueño que consuela.

En la nostalgia uno recuerda,

añora y llena, aunque sea un momento,

el vacío que quedó después del después.

¿Cuándo se acaba?

Estoy cansada. Ayer me pegué un mega pijaso con un gabinete de la lavandería (no es la primera vez). Hoy no encontraba mi carro en el parqueo del infierno y di un grito de desesperación. Regañé a la niña. Tuve que corregir al perro. Regresé a hacer loncheras. Tengo que planchar. Estoy cansada.

He leído que nuestros antepasados prehistóricos tenían una vida más plena y satisfactoria que la nuestra. El cerebro fue evolucionando al paso de sus necesidades y, obvio, fue prefiriendo los pasajes neuronales que premiaban el comportamiento que permitía sobrevivir bajo el esquema en el que vivían. Una cuestión del huevo y la gallina. Pero llega la agricultura y cometemos lo que un antropólogo considera el peor error en la historia de la humanidad. Y es que, creo yo, es el momento en el que la evolución biológica se separa de la evolución cultural y, pues sí. La regamos.

Es lindo entender que lo que yo necesito es pasar la mañana buscando y recolectando plantas para comer, luego en la tarde, en comunidad, ver el desarrollo de los niños, compartir con el compañero, cuidar de los ancianos. Hasta pintar cavernas y contar historias. Pero no. Y, aunque no cambio los antibióticos por ningún pasado idílico, igual. Estoy cansada. Y me duele el pijaso.

La mejor comida

Era la de mi mamá. Luego sigue la mía. Y ya. Cocinar lo que a uno le gusta va de la mano de hacer arte y querer bonito.

He aprendido a cocinar, sobre todo porque he aprendido a comer. Todo me gusta hasta que pruebe lo contrario.

Espero dejar esa huella de recuerdos cálidos en el paladar de mis hijos. Y que puedan decir lo mismo que yo.