Creo que en toda relación hay límites. A veces ni uno mismo está seguro de los propios, hasta que alguien los pasa. Y allí uno decide o correrlos o irse corriendo. El problema a veces es que uno puede querer quedarse y dejar ir el drama, pero los sentimientos no saben del paso del tiempo y regresan a morder el orgullo como perros rabiosos.
Cada vez que uno siente algo, si realmente le pone atención, se puede dar cuenta que no dura más de unos segundos. Al menos la sensación física. Para seguir quemándose uno por dentro con el fuego del ensatane, hay que estarse recordando de lo que pasó. Sinceramente, no es el lugar ideal para vivir. Si uno logra identificar que lo que le molesta a uno del pasado, ya pasó, puede no alimentar el dolor, porque ese monstruo siempre tiene hambre.
Estoy aprendiendo a vivir con la suma de mis decisiones hasta la fecha. No siempre han sido buenas, pero me gusta dónde estoy ahora. Para todo lo que no puedo perdonar, está el consuelo del día a día en el que presto atención a lo que tengo enfrente. O me tomo una botella de vino, lo que sirva en el momento.