No perdonar y seguir

Creo que en toda relación hay límites. A veces ni uno mismo está seguro de los propios, hasta que alguien los pasa. Y allí uno decide o correrlos o irse corriendo. El problema a veces es que uno puede querer quedarse y dejar ir el drama, pero los sentimientos no saben del paso del tiempo y regresan a morder el orgullo como perros rabiosos.

Cada vez que uno siente algo, si realmente le pone atención, se puede dar cuenta que no dura más de unos segundos. Al menos la sensación física. Para seguir quemándose uno por dentro con el fuego del ensatane, hay que estarse recordando de lo que pasó. Sinceramente, no es el lugar ideal para vivir. Si uno logra identificar que lo que le molesta a uno del pasado, ya pasó, puede no alimentar el dolor, porque ese monstruo siempre tiene hambre.

Estoy aprendiendo a vivir con la suma de mis decisiones hasta la fecha. No siempre han sido buenas, pero me gusta dónde estoy ahora. Para todo lo que no puedo perdonar, está el consuelo del día a día en el que presto atención a lo que tengo enfrente. O me tomo una botella de vino, lo que sirva en el momento.

El último esfuerzo

La danza de la lluvia siempre funciona porque dejan de bailar hasta que llueve. Hay una diferencia sustancial entre la necedad y la persistencia: el éxito. Mientras no se logra, ambas son gemelas idénticas.

Creo que esto aplica a todo lo que uno se propone personalmente. Que sólo depende de uno. Pero no cuando hay más personas involucradas, porque el interés y el acoso no son parientes.

Tal vez a mí me sirve muchísimo centrarme en el proceso, dejando la meta a alcanzar como un bien adicional. Por algo no me gustan los retos que lanzan los gimnasios. Además, me gusta bailar bajo la lluvia.

No es justo, es lo que hay

La vida no es gentil. Ni justa, ni buena ni mala. Sólo es. Tendemos a creer que nos merecemos las cosas buenas y que somos víctimas de las malas. Cuando en realidad, mucho de lo que nos sucede tiene el peso moral de una tormenta. Claro que puede ser destructivo, pero no es personal.

Es más difícil tener esa ecuanimidad con las relaciones. Lo que hace el otro, que me impacta, se siente profundamente personal. ¿Cómo no? Nos están hablando a nosotros, están haciendo cosas que mueven nuestro mundo. Obvio que lo hicieron pensando en cómo jodernos. La verdad es más cercana a la de la tormenta, aunque claro que a veces la gente sí hace cosas por irritarnos. Pero… Pareciera que tenemos la capacidad de dejar lo externo afuera y moldear nuestra reacción.

Yo no tengo mucha facilidad para tomarme las cosas con tranquilidad. Soy sensible a lo que creo son las intenciones y, casi siempre, tengo que recordarme que no soy adivina. Tengo cero capacidad para leer pensamientos. Tal vez sí me ha ayudado que la vida última ha sido un tsunami tras otro y he tenido qué adaptarme a lo que hay, sin tiempo de lamentarme por la justicia o falta de ella. Ahora sólo necesito hacer lo mismo con la gente.