Fuimos a la feria

Comimos garnachas, elotes, higos, tostadas. Se subieron al toro, tiraron al blanco, lanzaron cincos y regresamos asoleados y felices. Mis hijos tal vez ya no se maravillan de ir, pero les sigue haciendo ilusión. Como tradición de familia, es un marcador en el año y sí la pasamos bien.

Hay cosas que le recuerdan a uno que tiene tribu. Se la hace con sangre y con afinidad. La mía es toda interesante, divertida, habla franco y nunca tiene pretensiones. Son mis hijos, mi marido, mis amigos. Y la amo. Con lo solitaria que soy, siempre tengo a alguien a quién hablarle.

Lo mío es juntar a mi gente con comida. Y qué bueno que se dejan. O hacer paseitos como el de hoy. Menos mal todos tenemos estómagos resistentes.

Usar lo mínimo

Con microondas nuevo, siempre trato de usar la vaina de descongelado. Nunca he tenido uno en el que esa cosa funcione. Hasta hace poco descubrí que la lavadora pesa sola cuánta agua necesita. Y no tengo idea de cómo aprovechar al máximo todas las aplicaciones del teléfono. Hay una especie de tope en mi interés. Si me sirve para lo que quiero, funciona. Hasta que necesite algo más.

Existe una diferencia de conocimiento que tiene qué ver con el interés que nos produce el mundo: o es ancho y bajo o angosto y profundo. Porque sólo hay tantas horas en una vida para investigar lo que uno quiere y son muchas más las cosas que uno tiene que dejar de hacer.

Uno de mis lemas favoritos es que es mejor hacer algo bien que no hacerlo perfecto. Y pasa con todo. Siempre hay espacio para mejorar y es parte de lo que uno debe querer hacer. Pero si espera a que le salga sin errores, mejor esperar sentado. Otra vez estoy probando el descongelado automático del micro nuevo. Lo más que pasa es que mejor me acuerdo de sacar el pollo con tiempo la próxima.

Encontrarte en donde estés

Jugar al escondite es siempre una aventura. Es exactamente buscar a alguien y estar dispuesto a encontrarlo donde sea. Aceptamos que el otro no está en un lugar fácil, incluso que no quiere que lo veamos. Pero igual hacemos el esfuerzo. No deja de ser un buen juego y todo el mundo termina junto.

Algo así nos toca a veces con las personas que queremos. Los tenemos que ir a encontrar en donde están. Eso implica recogerlos de lugares y situaciones difíciles. Y, si es demasiado el encierro, a veces toca aceptar que uno no tiene por qué rescatar a alguien que no quiere. El juego de niños se vuelve un poco un ejercicio en aceptación. Y está bien. No siempre estamos en nuestro mejor momento y es bueno identificarlo en los demás.

Creo que a mí no me cuesta tanto salir a buscar como aceptar que alguien no quiere ser encontrado. Y allí sólo toca, si vale la pena, esperar a que se canse solo y salga.

Lugares nuevos

Ayer te escuché

una inflexión de voz

que no conocía

y eso que yo soy experta

en todos los tonos que tienes

me sorprendió darme cuenta

que aún me faltan tantos lugares tuyos

que no he visitado todos tus rincones

que me queda mucho por recorrerte

dicha la mía

Sin metas

Creo que tener metas como lo más importante, es nocivo. Nos plantean un lugar específico a qué apuntarle en la vida y nos dejan colgados una vez lo alcanzamos. Es mi opinión personal que los famosos retos de fitness son de lo peor que existe. Pasa el tiempo estipulado y, como sólo tenía eso en mi horizonte, llego allí y se acaba el asunto. Hasta el siguiente reto, supongo. El chiste no es llegar a cortar una pita, es aprender a llegar.

Los procesos que seguimos (llámenlos rutina, costumbre, hábito), son los que le dan dirección a nuestro barco. Es sólo cuando los cambiamos que podemos tomar otra dirección. Por eso lo que a mí me gusta es el progreso, no el final. Claro que hay marcadores en el camino, así se mide si uno va mejorando. Es como le digo a mi Senpai en el karate: no lo hago bien, pero voy mejor.

Es bueno celebrar logros. Revisar procesos. Mejorar la vida. Y tener en cuenta que sólo existe una meta que todos vamos a alcanzar. Y de esa nadie vuelve.

Miedo a todo

Estoy empezando algo nuevo. He hecho eso varias veces, pero esto me hace sentir como que es más nuevo. He podido hacerlo con cuidado y tal vez eso me tiene aún más nerviosa. Generalmente me tiro al agua y veo si floto o no. Esta vez me tomé el tiempo de analizar todo, meterle cabeza, comprometer dinero y toda mi ilusión. Y tengo miedo.

Uno siempre teme perder las cosas que importan. Sólo la gente cercana nos puede lastimar. Las cosas que nos apasionan nos pueden arrastrar si no funcionan. Y de eso se trata estar vivo.

Tengo demasiado invertido de mí en este proyecto como para no seguir sólo porque me da miedo hacerlo mal. Todo lo que vale la pena hacerse, hay que hacerlo. Aunque sea mal.

A mí me gustan los gatos

Creo que ya lo he dicho muchas veces, pero vale la pena repetirlo: a mí me gustan los gatos. Son animales que escogen estar con uno. La lealtad de un gato no se compra con premios. Y vaya que son leales. Simplemente tienen un lenguaje distinto al perro, que lleva milenios de evolución con nosotros y que ya nos conoce.

Ganarse la amistad de personas difíciles trae una satisfacción especial, porque casi siempre son más interesantes que el resto. Aprender a navegar otra cultura amplía los horizontes. Salirse de la zona de confort ayuda a crecer. Vale la pena aventurarse hacia terrenos que parecen menos fáciles, menos conocidos.

Tener un perro es como el novio del colegio que lo conoce a uno de siempre, es cómodo. Y uno podría ser feliz allí. O uno se busca alguien nuevo con quien tiene que aprender a conocerse, un gato un poco más arisco. Y también se puede ser feliz.

Poder equivocarse es un regalo

Mi mamá me enseñó a reírme hasta en las peores circunstancias. Allí estábamos llorando las dos y de pronto hacía un comentario tan lleno de humor negro que no podía uno no soltar la carcajada. Generalmente la broma era uno. Porque no hay mejor antídoto contra la percepción inflada de la propia importancia que burlarse de uno mismo. No falla.

El sentido del humor y el sentido común son gemelos y donde va uno le sigue el otro. Generalmente abren paso a una mejor autoestima. Porque ambos enseñan que equivocarse no es la gran cosa, que muy pocas personas están fijándose en uno y que mejor se ríe uno primero de su propia pendejada.

Ayuda no tenerle miedo al ridículo. Se atreve uno a más y por lo mismo logra más. Claro que cuesta, pero el transcurso de los años van permitiendo tener perspectiva y que uno no deje que el temor sea más fuerte. Y, si termina todo mal, hay material para hacer bromas.

Límites

Me gusta el límite

que le pone mi piel a la tuya

entiendo, creo, en dónde termino

en dónde empiezas

porque siempre que te acercas

confundo mi aliento con tu voz

mis manos con tu pelo

mi olor con tu sabor

siento que me derrito

pierdo la forma

sólo me queda la frontera

que tocas cuando te aferras.

Un pequeño tatuaje

Me he tatuado mi vida y si descifran lo que tengo pintado, pueden leerme a mí entera. Como un lienzo cifrado, expuesto pero incomprensible y es perfecto, porque me gusta el adorno visible con el significado personal.

Los seres humanos nos hemos hecho modificaciones corporales permanentes, creo, como una forma de protesta en contra de nuestra propia temporalidad. Para pertenecer a un grupo y declararlo por medio de un atajo. Para recordar. Para fijar el tiempo. Para cualquier cosa. Pero siempre con la sensación de llevar una decisión a su última consecuencia.

Me gusta que hasta en nuestro país, hacerse tatuajes ya no sea algo extraordinario. Tampoco es malo no hacerlo.

Los míos me pertenecen en tanto que me dibujan en mis amores, los vacíos, las necesidades y mis relaciones más relevantes. Por eso, este último me fascina, porque me une a una de las personas más importantes de mi vida, con quien pareciera que hemos convivido siempre. Gracias MaFer de mi vida, por ser mi corazón desordenado y por tener el mío.