Aprendí a ser amable hasta el cansancio. A seguirle la conversación a extraños con los que no quiero hablar. A bailar en las fiestas aunque no quisiera. “Las niñas deben ser finas y delicadas”, me decía mi mamá esforzándose en moldearme a un ideal completamente anticuado.
Agradezco que lo cortés sea parte de la composición de mi personalidad. No me lo puedo quitar, al menos no como un impulso primario. Siempre empiezo con una sonrisa, con un tono amable. Pero después de mis varios años, aprendí a portarme intratable. Puedo poner mala cara si me invaden el espacio. Puedo ser directa, hasta pesada. Porque no hay que tolerar cada interacción y un extraño que quiera mi atención tiene que aceptar que no se la dé. Es mía.
Pero, siempre hay que comenzar con una sonrisa y un saludo.