Tratar de escribir

Hasta ahora, he escrito varios cuentos, una novela (cortísima), unas cuantas columnas y ya no sé ni cuántos posts en este blog. Las ideas me vienen en el carro, mientras nado, cuando como o sentada frente a la computadora porque ya es la hora de publicar. Los temas se vienen a veces muy claros, otras tienen que dejarse cocinar en la parte de atrás del cerebro. Allí los arman todas las neuronas del inconsciente hasta que las puedo poner en letras.

Pero nunca he escrito acerca de mi mamá. No en el sentido de un cuento, ni relatar cómo fue cuidarla en sus últimos años. Ni siquiera de los recuerdos que tengo de ella de niña. Creo que el tema me es muy cercano. Si sólo escribo acerca de lo que viví con ella al final, siento que estaría traicionando los otros 28 años que pasé con ella. Pero esa parte también está en nuestra historia. No quiero sólo recordar lo difícil. Pero eso es lo que me viene a la mente cuando pienso en mi mamá. Me falta la complejidad de una vida unida a otra, sobre todo de la forma en la que estábamos.

Puedo no escribir acerca de eso, aunque sé que ocupa un espacio en la caja de temas y que tal vez me haría bien sacarlo. Y no enseñarlo. A veces uno sólo escribe para quitarse el peso de las palabras de encima. No para que alguien más lo cargue.

1, 2, 3…

30 segundos para usar el agua después que hirve. 1 minuto con la cafetera abierta, 3 minutos cerrada. Contar hasta diez para moler el café. Faltan 15 minutos para que pase el bus. Hoy tocan 12 repeticiones, esperar 10 segundos, 3 repeticiones más. La rutina de hoy tarda 32 minutos. Mañana nado 500 metros, 10 vueltas, 5 brazadas por 1 respiración. Faltan 23 días para que cumpla 42 años. 2 hijos. 3 gatos.

La vida se me va contando, a veces hasta los pasos que doy. Como si las experiencias fueran un avanzar sobre un juego de mesa de casilla en casilla según lo que digan los dados. Mientras que vivir, eso que uno hace en la conciencia alerta de la verdadera experiencia, no se puede ni siquiera clasificar. Muchas experiencias no son equiparables a nada y pierden su valor si las comparamos. Los sentimientos no se pueden cuantificar: te quiero o no.

Pero tratamos: te quiero mucho, estoy muy feliz, estoy muy triste. ¿Con respecto a qué o quién? A algo o alguien que no está allí? Eso es injusto. Para nosotros porque nos perdemos de lo que nos pasa allí mismo. Todo lo demás ni siquiera sabemos si existe en realidad.

Mientras aprendo, yo sigo contando. Días, segundos, vueltas, palabras.

Volver a dormir

Mi cuerpo está acostumbrado a despertar muy temprano. No distingue fines de semana, aunque no sea necesario abrir los ojos el domingo. Allí me deja, con el sol saliendo, sin lugar a dónde ir más que a donde uno sueña, pero sin poder regresar.

Esos momentos de no hacer nada son ideales para ajustar piezas sueltas de la vida que uno lleva medio arrastrando pero no tiene tiempo de recoger. Una felicidad que no asimiló bien. Un enojo que todavía arde. Una tristeza que va pesando.

Allí, en la espera del doctor, antes de dormir, en el tráfico detenido, la vida moderna, por mucho que nos hace correr a todas partes, nos regala momentos callados que podemos llenar de calma.

Ver hacia adentro y revaluarse ayuda a mantener algo de sanidad emocional. Un poco de descarga, de atornillar ideas, de calmar el océano que se lleva en el corazón.

Para mí, esa hora entre que despierto sin necesidad y que puedo volver a dormir, me sirve para estar conmigo. Sola. No siempre soy buena compañía y tampoco siempre logro esa calma. Pero sí casi siempre me logro volver a dormir y eso también está bien.