Llenar la cuota

Me acaban de preguntar cuál es mi primer recuerdo de la infancia. Y mis recuerdos más tempranos están llenos de luz y de felicidad. Me siento bien en ese entorno. Por lo menos la base de mi vida parece haber transcurrido en un entorno positivo. Es reconfortante saber que tengo lugares bonitos a dónde irme a encontrar dentro de mi mente.

Por supuesto que uno escarba un poco más y salen todos esos rincones oscuros y solitarios que agrian el carácter, apagan la mirada y complican la existencia. Se llama vivir y es lo que toca.

Como humanos estamos diseñados para fijarnos tanto en lo negativo, que son las conexiones neuronales más fáciles de hacer. Claro, si tenemos que salir al bosque, es mejor suponer que hay osos y prepararse, aún cuando las posibilidades de que nos coma uno sean mínimas. Lo contrario es confiar que no hay, no llevar nada y servir de plato fuerte.

Pero no se puede ir por la vida con salud emocional sólo fijándonos en lo malo. Imposible. Es agotador, enferma físicamente, somos menos de lo que podemos ser. Por eso hay que encontrar cómo llenar nuestras cuotas de felicidad. Los amigos, los abrazos a los hijos, el arte y la belleza. Todos esos lugares que nos recuerdan que el sol brilla dentro de nosotros y que iluminamos al mundo con nuestra sonrisa. Tal vez nos toca a nosotros mismos llenarle la cuota a alguien más. Y eso también es hermoso.

Quedémonos bien

Siempre hay oportunidades para meter la pata en situaciones sociales. Ya sea que uno le pregunte a la chava con la blusa floja cuántos meses de embarazo lleva. O le cambia el nombre al señor que le han presentado a uno mil veces. O critica la comida frente a la hija de la cocinera. Las ocasiones abundan y uno pareciera que las aprovecha todas.

Pero hay pocas cosas que no tienen remedio con una buena sonrisa y unas peticiones de disculpas sinceras. Mientras no haya una intención marcada de dañar a la otra persona, se puede seguir adelante.

En donde cuesta mucho avanzar es en las equivocaciones que hace uno contra uno mismo. Perdonar a la persona que habita dentro de nuestra cabeza es de las cosas más difíciles de hacer. Tal vez porque uno sabe que es capaz de hacer bien las cosas y no sabe cómo pudo hacerlas mal.

Tantas frases motivacionales, libros de autoayuda, seminarios de superación que predican el autoperdón. Y pocas se asimilan y se aplican con facilidad. Tal vez uno quiere ser perfecto. Lo cual es imposible a todas luces. O quizás uno vive dentro de uno mismo y es difícil descansar de la propia voz.

De cualquier forma, para poder ser mejor, claro que hay que ver cómo se equivocó uno. Y continuar para hacerlo mejor la siguiente vez. Porque algo es seguro con certeza: siempre habrá una nueva oportunidad para tomar una decisión equivocada. Esperemos por lo menos no cometer el mismo error.

Cuando fuimos felices

le prendíamos fuego al agua

caminábamos con propósito

nos alimentábamos de miradas dulces

respirábamos al mismo tiempo.

Cuando fuimos felices

nuestros cuerpos se llamaban

no se nos agotaba la risa

el viento nos acariciaba

el mundo tenía color.

Cuando fuimos felices

logramos un amor eterno

alineamos nuestros universos

no conocíamos la derrota

lo nuestro no tenía fin.

Cuando fuimos felices…

como ayer.

Cuando fuimos felices…

como lo seremos.

Un poco de sol

En mi casa casi hace frío. Tengo puesto un suéter liviano y Keds sin calcetas. Me senté a leer y tenía un poco de incomodidad, nada del otro mundo. Me aguanté. Y no pasó nada. Casi tenía frío, pero no lo suficiente como para taparme más. Al cuerpo le cae bien estar un poco retado por los elementos.

No tenerlo todo resuelto nos hace esforzarnos. Antes teníamos que correr rápido (por lo menos más que el de al lado) para que no nos comiera el tigre. Guardábamos comida para el invierno y sabíamos pasar hambre. Dormíamos en el suelo. Éramos más fuertes, más ágiles y probablemente más aptos para sobrevivir.

Ahora conseguimos comida las 24 horas del día, cambiamos de ropa porque nos aburre, pedimos que nos alimenten de entretenimiento inmediato. Y le huimos a la incomodidad. Como si nos fuéramos a partir en mil pedazos por el menor esfuerzo.

Somos más fuertes, resistentes, ingeniosos y perseverantes de lo que nos imaginamos. Hemos poblado casi todos los rincones de nuestro mundo, sin importar las circunstancias adversas. Trascendemos nuestra propia existencia desde las profundidades de nuestra mente. Transformamos nuestro entorno en belleza a través del arte.

Acoger un momento de incomodidad, de dolor, de sufrimiento, porque sé que me transforma, me fortalece, me hace mejor, es una de mis pequeñas luchas diarias. Claro, luego salgo a recoger a mis hijos a la parada y recibo un poco de sol que me calienta. Me relajo un momento. Y luego sigo.

Complementos externos

Ahora, en vez de multivitamínicos, tomo mis suplementos por separado, porque leí en alguna parte que era mejor. Entonces me trago 12 pastillas de un solo por las mañanas, otras 8 al mediodía, 4 en la noche. Sólo acordarme de hacerlo ya es ejercicio para mi mente… Pero resulta que nuestra forma de vida moderna no nos da lo que necesitamos para estar en nuestro estado óptimo y tenemos que meterle una ayuda.

Pero no puede ser una ayuda cualquiera, tiene que ser de buena cualidad, que la absorba eficientemente el cuerpo, en las cantidades correctas y al momento adecuado. O sea, las cosas siempre son menos sencillas de lo que deberían.

Igual que cuando uno necesita ayuda, sobre todo emocional. No se recibe de la misma forma un consejo de parte de alguien con el que uno vive, que de un tercero con autoridad. Los que tenemos hijos sabemos perfectamente bien el «así me lo dijo la maestra y así es»…

Tampoco estamos siempre en el momento correcto para escuchar las cosas. Los berrinches y momentos de confusión son los peores para escuchar palabras sabias.

Claro que uno ya está grandecito y debería poder separar sus propias tormentas de los faros que brillan para guiarlo. Debería. A veces es difícil navegar dentro de la propia mente sin naufragar.

Pero hay ayuda afuera. Para eso tiene uno amigos, familiares sensatos, parejas amorosas y profesionales preparados. Es sólo cuestión de decidirse a usarlos. Y tragarse las pastillas de la incomodidad.

Un lugar propio

Ha sido la felicidad más grande para mi marido tener su estudio en la casa. Uso la palabra «estudio» con mucha amplitud, porque más parece una tienda de juguetes. Pero es su espacio y él se siente bien entre rojos y azules y superhéroes y demás cosas.

Tener un lugar propio, que refleje lo que uno es y le gusta, aunque sea una mesa de trabajo en una esquina es una forma física de manifestarse. Y eso tiene un valor más allá de lo evidente. Podemos ver qué creemos que somos, hasta cierto punto, y contrastarlo en nuestro interior. ¿De verdad todavía me gusta bordar, o sólo lo sigo haciendo por recordar a mi mamá? ¿Por qué dejé de dibujar, si me daba tanta satisfacción?

Es diferente arreglar un espacio para lo que se quiere hacer en momentos de quietud a amontonar todo lo que a uno le sobra en la mesita de noche. Igual con la vida. Analizar qué queremos conservar de nosotros mismos y manifestarlo al exterior nos ayuda a crecer por donde queremos. Que no es igual a dejarnos llevar por todo lo que llevamos dentro y sólo reaccionar como bien nos vaya en ese momento.

Tener un lugar propio, externo e interno… Ordenado y calmado. Jamás se tomaron buenas decisiones desde la confusión. No importa si para mí mi lugar sea morado y para otra persona azul. La cosa es tenerlo.

(Es)Forzarse

Hacer pesas implica reventarse los músculos. Literalmente. Se hacen microrasgaduras que luego repara el cuerpo y así se fortalecen. Por eso es que siempre hay que cambiar la rutina de forma que siempre exista un poco de dolor. El cuerpo necesita retos. Incomodidades. Rompimientos. 

Y también necesita descanso, alimento, cariño, cuidados. Si no lo recibe, truena.

Así la vida. Si no estamos un poco incómodos, no cambiamos ni crecemos. Ese estado se llama «muerte». Pero tampoco podemos estar sufriendo todo el tiempo a riesgo de nuestra salud mental.

Poder identificar en dónde hay que empujar y pasar dolor y en dónde hay que descansar y dejar ir nos permite ir siendo mejores. Y eso a veces es muy difícil. Nos cuesta dejar las cosas familiares aunque nos duelan, porque nos sentimos cómodos. Nos da miedo hacer cosas nuevas aunque sean buenas, porque detestamos la incertidumbre. Y terminamos forzando situaciones insostenibles en vez de esforzarnos por crecer.

Eso duele y lastima y no nos lleva a ninguna parte. Pero tampoco es fácil. Sencillo, pero no fácil. Tal vez nos ayudaría si pensáramos que el cambio es inevitable y que mejor tomamos las riendas del asunto en vez de simplemente dejarnos llevar.

La incomodidad y el dolor no son malos, mientras nos hagan más fuertes. Igual la vida siempre le sube al peso. Mejor si estamos preparados.

(Re)Conocerse

Ya mero me tocan reuniones de inicio de año escolar. Casi siempre piden que uno diga cómo se llama y se «presente». Me cuesta un mundo hacer eso. ¿Cómo se va a definir uno en menos de un minuto?

Uno de los adagios más útiles, antiguos y difíciles de seguir es «conócete a ti mismo». Teniendo en cuenta que uno es un conjunto complejo y cambiante de factores internos y externos, ese consejo es como el ejercicio para toda la vida. No somos dueños muchas veces de nuestras reacciones emocionales ante estímulos externos. Tenemos una esfera muy pequeña de influencia directa. Nuestros cerebros se quedan dándole vueltas a ciertos pensamientos que cuesta dejar ir.

Autodefinirnos debería de ser un trabajo que nos dure toda la vida. Lo que pasa es que es complicado verse a uno mismo con suficiente objetividad como para aceptar todo lo que uno es (y no). A veces la gente externa encuentra cosas que uno proyecta, con las que tal vez ni nos identificamos.

Hay muchas herramientas para lograr esa «iluminación»: terapia, escribir, meditar. Aún así, no sé si uno llega hasta el verdadero núcleo.

Para mientras, iré pensando qué voy a decir mañana que me toque presentarme.

Terminar

Tengo pendiente hacer un álbum de fotos para mi hija desde hace dos años. Hay proyectos que me cuesta terminar. No sé si es porque me dan nostalgia, como si no quisiera cerrar la puerta de un lugar que me gustó.

Cerrar círculos de forma definitiva suena un poco dramático, pero es muy sano en la vida. Poder romper relaciones con personas que nos hacen mal. Finalizar trabajos, tesis, libros. Ponerse una meta a dónde ir y atravesarla.

También hay que estar consciente que hay cosas que se trabajan de forma constante: la forma de comer, el ejercicio, conservar las relaciones que nos importan. Tal vez lo más importante es saber distinguir qué continuar y qué terminar. No siempre es fácil. Sobre todo cuando algo que no necesariamente nos hace bien, nos gusta.

Allí es en dónde me sirve poder proyectarme al futuro. Las cosas que sé que me van a ayudar a avanzar, a mejorar, a aprender, ésas son en las que sé que tengo que trabajar constantemente. Todo lo que me saca de ese centro y que no me aporta más que una satisfacción efímera, ilusoria, entiendo que mejor la cierro definitivamente y mientras antes, mejor.

Y luego están los proyectos que no tienen ni meta en el tiempo, ni impacto en el futuro. Como el álbum. Pero igual lo tengo qué terminar.