Lo Que No Se Mira

Ahora me duele la espalda. Mucho. Sentada, parada, acostada. No importa cómo. Pero sigo con mi vida porque quedarme acostada no es opción. Lamentablemente el dolor me está cocinando el ya agrio carácter y tengo un poco más erosionada la paciencia. No es excusa. Simplemente debo hacer un mayor esfuerzo por no rematar con el mundo y sus alrededores, con niveles mixtos de éxito.

Y aunque no tengo el menor interés de conocer la vida de todas las personas con las que entro en contacto, no dejo de pensar qué dolores podrán estar cargando. Seguro que la mayoría de veces que recibe uno una mala cara, no es personal. Comp diría mi mamá, tal vez le dieron amargo el café. Pero tampoco se sabe si detrás de una amable sonrisa hay un corazón roto.

He visto personas con vidas verdaderamente trágicas que encuentran la fortaleza de carácter para no ser perfectos hijos de la chingada. También a los que la más trivial de las tribulaciones los convierte en energúmenos, sino sólo hay que ver el tráfico.

Mientras no sepamos qué le sucede realmente a la gente, no podemos entender bien sus acciones. Pero sí podemos hacer dos cosas: alejarnos de la gente que nos lastima y no rematar con la gente que queremos.

Tengo que encontrar quién me inyecte doloneurobión, antes que me manden de retiro a un lugar alejado.

Buscar Compañía

Las que hemos estado embarazadas sabemos que no hay conexión más cercana que la que se forma biológica, emocional y químicamente con esa persona que se lleva dentro. Hasta al nivel genético, el trayecto del óvulo fecundado a través de las trompas de falopio al útero transcurre en un intercambio de información. El resultado es que llevamos genes de nuestros hijos incrustados en nuestro adn, aunque sea a un nivel minúsculo. La experiencia nos transforma el cuerpo, la oxitocina nos recablea las neuronas y la experiencia nos da canas, arrugas y satisfacción.

Lo que no da la maternidad es compañía. Porque la relación entre padres e hijos no tiene ese propósito. Uno con los cuates bromea, tiene experiencias formativas en común, no moldea, corrige, forma. Que es lo que debería poder hacerse con los hijos, claro que con cariño, buen trato, pero nunca amistosidad.

Yo no puedo pelotear mis confusiones existenciales con mi niño de 7 años. Por lo menos no todavía. No sería justo para él. Tiene derecho a ser hijo y a escoger a sus cuates y que esos dos mundos estén separados.

Tuve una experiencia diferente con mi mamá, con resultados contradictorios y no del todo positivos. Fue hasta su muerte que yo sentí la necesidad de hacer amigas, y menos mal que lo pude hacer.

La cercanía no implica compañía y espero brindarles la suficiente independencia a mis hijos para que encuentren su propia tribu y además les guste regresar a mi casa. Porque, aunque no sean mis amigos, siempre serán parte de mí.