Desde cualquier punto de vista, el de uno propio es la primera referencia. Yo no puedo ver a través de los ojos de otra persona y casi sólo puedo identificarme con lo que me cuenta, ya sea por experiencias similares, o proyectándome en lo que estoy escuchando. Y a veces allí está el meollo de todo desastre. Porque tendemos a ponerle nuestros pensamientos y a interpretar lo que nosotros queremos en los gestos y voces y palabras y miradas de los demás.
Hay que ser muy evolucionado para entender que no todo lo que hacen las personas a nuestro alrededor, incluso las más cercanas, es personal. ¿Cómo no va a ser personal si me afecta? Y tal vez tomaron decisiones que no tenían qué ver con nosotros.
Eso no exime de afrontar las consecuencias de las decisiones que se toman, ya sea tomando en cuenta a terceros o no. Aunque no somos responsables de las reacciones de los demás, tenemos que tragárnoslas cuando son provocadas por lo que hacemos.
La vida es complicada. Las interacciones humanas van cargadas de un montón de cosas que no son sólo las que están en ese momento. Y, muchas veces, tenemos que aprender a ver a través de los ojos de la persona que tenemos al lado. Sobre todo cuando queremos seguir compartiendo espacio.