Creo que las últimas «vacaciones» que tuve fue ese período mágico entre terminar el colegio y comenzar la universidad. Sin responsabilidades, ya habiendo ganado, con un mundo de posibilidades esperándome en enero.
Para los que ya llegamos a ese estado llamado «adultez», no hay un regreso a momentos de una completa desconexión de la realidad. Porque, como una melodía que acompaña la acción de una película, nuestra vida real, esa que está llena de responsabilidades y trabajos y cuentas y relaciones, siempre nos manda mensajes que nos recuerdan nuestra realidad.
Pero eso no es malo, es un hecho que no podemos olvidarnos por completo de todo. Que todo está interconectado. Y que la vida es una entera. Lo que sí es malo es que no nos permitamos dejar que las preocupaciones descansen un rato y nos dejen disfrutar de otras cosas.
Las verdaderas vacaciones ocurren en nuestras mentes. Surgen de la capacidad que adquiramos en enfocarnos en lo que está sucediendo aquí y ahora, dándole toda la importancia a lo que podemos solucionar en ese momento.
Así como las buenas relaciones se alimentan de la atención que les brindamos, igualito nuestras neurosis y cansancios crecen en la medida que sólo pensamos en ellos. Yo verdaderamente trato de borrar del barullo de mi mente todo el ruido de las cosas que no tengo inmediatas. Me es muy difícil, porque a veces siento que tengo, no uno, sino varios hámsters dándole vueltas a las ruedas de mis preocupaciones. Respirar, escribir, ver a los ojos a mi marido y ya me puedo reconstruir para seguir. Aunque no se me quitan las ganas de agarrar avión e irme a alguna parte.