En la semana, almuerzo con cada uno de los niños por separado, dos veces. Es el horario que tienen y es una delicia poder ponerles toda la atención del mundo. Ellos podrán no estar totalmente de acuerdo con mi evaluación de las cosas, pero a mí me encanta. Les miro bien la carita, comparto comida, los escucho, les corrijo los modales y les demuestro que me intereso por ellos.
Todos vivimos solos en nuestro interior. Hay cosas que no compartimos con nadie y lo que sacamos ya va con nuestro filtro y se distorsiona con el de los demás. Lo que alguien más percibe de nosotros es una aproximación. Eso nos da libertad para ser nosotros sin preocuparnos mucho de la opinión externa. Pero también nos aisla. Sobre todo si no hay nadie dispuesto a prestarnos atención y a hacer su mejor esfuerzo para entendernos. La verdadera causa última de la disolución de las relaciones es la muerte del interés por ser testigo del otro.
Cuando tenemos cerca personas que florecen bajo nuestro cuidado, es un privilegio poder ser su testigo. Darles la seguridad que alguien los ve. Me siento afortunada.