Antes llegaba el viernes y sentía que podía tener un descanso. Pues. No tenía trabajo, podía levantarme relativamente tarde, no había obligaciones… Tengo por lo menos nueve años que ya no sé qué es eso.
La vida sigue. Siempre. Creer que se detiene los fines de semana es como querer separar lo que hacemos de lo que nos gusta. Sería lindo que fuera como un círculo que gira sin trabarse, pasando de una actividad a otra. Siempre hay momentos más satisfactorios que otros, incluso en nuestras actividades favoritas. Pero eso no es excusa para tratar una parte importante del uso de nuestro tiempo como algo pesado.
La vida no es fácil. Por lo menos no todo el tiempo. Pero tampoco es un camino de vidrios rotos que haya que pasar siempre descalzo. Por lo menos no todo el tiempo.
Siempre me gusta recordarme que mi cerebro evolucionó para fijarse más fácil en lo negativo, por pura supervivencia. Y que es tan plástico, que lo puedo recalibrar. Es cierto que la actividad a la que me dedico no conoce vacaciones ni fines de semana, pero tengo dos pares de manitas que me buscan para darme abrazos y dos pares de ojos que me miran con amor. No siempre compensa el cansancio celular que siento en días como hoy que parecen de 72 horas. Pero casi siempre.