Comerse un helado es un hecho. De hecho, tengo ganas de comerme uno de pistacho forrado de chocolate desde hace varias semanas y no lo he hecho. Porque la realidad del helado me va a dejar con ganas de no habérmelo comido. Los hechos no tienen discusión. Las realidades sí.
Cada uno de nosotros teñimos lo que nos pasa de acuerdo al prisma personal con que los vemos. Porque un helado es un postre para mí, pero es un recuerdo de una última salida para alguien más y un premio por buenas notas para otra persona. Hasta los recuerdos de los hechos los guardamos distorsionados y los manoseamos cada vez que los revivimos.
El enfoque de la realidad que nos rodea depende, tanto del equipaje que traemos, como de nuestra propia voluntad. Escogemos qué tipo de hechos guardar, cómo evaluarlos, qué emoción asignarles. Y eso hace que podamos hasta reescribir nuestro pasado. Porque casi siempre tenemos más información ahora, que antes y podemos considerar las cosas que nos han pasado desde otra perspectiva. Ayudarnos a reescribir nuestra propia historia nos prepara para mejores futuros. Porque podemos considerar que un hecho tiene varias interpretaciones y que en una al menos podemos encontrar una realidad mejor.
Los hechos suceden. Pero nosotros los convertimos en realidad. Y yo sigo queriendo mi helado.