Me acaban de decir que el que ama nunca pierde. Ni aún cuando no es correspondido. Porque el hecho mismo de sentir amor nos lleva a un mejor lugar que donde estamos.
En mi experiencia, cada relación implica dejar un poco de mí misma. No siempre recibo algo a cambio. Eso me daba muchísimo miedo antes, porque creía que me iba a quedar vacía. Rota. Incompleta.
Podemos vivir sin crear lazos emocionales. Estoy segura que muchas personas prefieren eso al dolor que pueda suponer entregar algo de uno y que no sea apreciado. Porque, al final del día, eso es lo que nos da pánico: el rechazo. Somos niños que no queremos que nos abandonen. Y nos recluímos detrás de una dureza fabricada, como una armadura. Que se nos puede volver una segunda piel. Como una barrera entre nosotros y el mundo.
Pero eso no está bien. No todo el tiempo. Es como besar con un plástico de por medio. Es casi rico.
No amar por miedo es casi vivir. Estar aislado de todos modos duele. Perder un pedazo del corazón por supuesto que nos deja un hoyito, pero por allí puede entrar algo mejor. O no. Tampoco importa.