Hace tres o cuatro Navidades teníamos un hámster. Era hermoso y yo le daba mazapán y lo puse obeso. Tuve suerte de no matarlo de un infarto. Esos animalitos necesitan constante movimiento y por eso se les pone una ruedita en la que se montan y corren sin llegar a ninguna parte.
Algo así me pasa con todos los pensamientos negativos que rondan en mi mente. Me engancho con una cosa y le doy vueltas y vueltas y vueltas. Soy tan masoquista que hasta pareciera que me premiara cada vez que regreso a urgar algo que sé que me hace daño.
La voz interna con la que nos hablamos tiene mucho qué ver con cómo nos exigían de pequeños. Yo tenía papás muy estrictos para quienes las cosas simplemente bien hechas no eran suficientes, tenían qué ser excepcionales, porque su hija era excepcional. Es un fardo pesadísimo de llevar. A cualquier edad.
Ahora tengo como mil hámsters que se encargan de hacer girar la ruedita de mis inseguridades una y otra vez. Mi propósito firme para mi vida es dejar de alimentarlos.