Dicen que a uno le molestan cosas propias cuando le caen mal otras personas. Yo no estoy del todo de acuerdo: cosas como la patanería y la hipocresía son defectos que me repugnan y ninguna me aplica, por lo menos eso espero. Pero no deja de haber algo de realidad en ese dicho. De alguna forma nos vemos reflejados en las personas con las que interactuamos.
Enseñarse al mundo, de cualquier forma, es exponerse al escrutinio. Queremos compartir alguna parte de nuestra vida y nos ponemos bajo un vidrio. Y allí está la magia: el cristal en una vitrina sirve tanto para ver hacia dentro, como para revisar nuestro reflejo.
Por eso hay que enojarse muy poco, o nada, de lo que opinan extraños acerca nuestro. Muchas veces lo que perciben son sus propias ideas rebotadas en nosotros. Es lo lógico. Percibimos el mundo a través del filtro de nuestras experiencias.
Así es que, la próxima vez que me caiga mal alguien gritón, que habla mucho y le gusta llamar la atención, voy a quedarme calladita.