Si alguien mira mi clóset, podría creer que trabajo en una funeraria. Un importante porcentaje de mi ropa es negra. Aunque digo que mi color favorito es el morado, tal vez tengo un vestido de ese color. Mis amigas, que me tienen cariño, me han acompañado a escoger ropa y me alentaron a probar otros colores.
He escuchado que tratar de cambiar un hábito es tan difícil como sacar a una persona necia de un asiento en un cine abarrotado. Obvio es más fácil sentar a alguien en un puesto vacío. Por eso es que, mientras más recorrido está uno, más tiempo necesita para hacerse nuevas costumbres.
Pero la flexibilidad es una de las características del aprendizaje y del crecimiento. Por lo menos con la edad se supone que viene más consciencia, juicio, voluntad. Se supone. Y uno debería poder darse mejor cuenta que hace cosas que no son del todo buenas. Que las puede mejorar. Vencer la hueva que da hacerlo es la parte complicada, porque el fulano que está sentado, ya está muy cómodo y es pesado.
Revisar lo que uno hace «por costumbre» y decidir si es mejorable o no, me cuesta. Es más rico irme por lo que me ha funcionado siempre. Por lo menos ya tengo blusas azules. Aunque lleve otra vez unos cinco días de vestirme de negro.