Hay actividades que me sacan de mi realidad. Suspenden hasta cierto punto mis limitaciones físicas o por lo menos me hacen olvidarlas y me liberan la mente. Nadar es una de ellas. El simple hecho de flotar me hace sentir liviana hasta del cerebro y puedo pensar de forma más clara. Dicen que correr hace lo mismo, yo voy muy concentrada en no vomitar un pulmón del agotamiento.
Los grandes artistas, atletas y toda esa gente que se desempeña a un nivel superior dicen que entran en ese estado de «flow». Lo podría llamar inspiración, pero es restarle el mérito al esfuerzo de toda esta gente. Porque se logran sentir así gracias al incontable número de horas que pasan practicando lo que hacen. Como cuando uno al fin estudiaba para el examen y contestaba fácil todas las preguntas.
Encontrar una actividad que nos permita sentirnos en control de nuestras circunstancias, por muy efímero que sea el sentimiento, nos llena de una energía especial. Es como una pequeña dosis de algo muy poderoso que nos permite seguir el resto del camino que ya nos es más difícil.
A mí no me es sencillo encontrar ese momento de magia. Me pesan demasiado mis propios pensamientos. Pero, de vez en cuando, ya sea en la piscina, o escribiendo, creo que lo estoy haciendo bien y fluyo.
El resto del tiempo chapoteo.