Cuando toca cambiar teléfono, me da ansiedad. Nunca me sé todas las contraseñas, ya he borrado cientos de fotos y bajado repetidas veces sistemas operativos. Digamos que los nuevos aparatos me encantan, pero quisiera que se pasaran solos la información. Y eso que ya no vuelve uno a escribir todos sus contactos… parece de la prehistoria.
Nos gustan las cosas que nos gustan. Tendemos a ser amables con sus defectos, aceptar en dónde se quedan cortas y minimizar sus carencias. Lo nuevo, tan brillante y seductor, da miedo por lo mismo que es desconocido. Nos dicen que puede ser mejor, pero sólo podemos saberlo hasta que lo probemos y, una vez montados, ya no hay marcha atrás. O al menos así se siente, como si cada cambio fuera irremediable. Peor aún, como si no cambiáramos de todas formas, hasta sin darnos cuenta.
Todos los cambios asustan. Pero, el pelo vuelve a crecer, hay otros trabajos, la siguiente comida tal vez nos gusta y… cada vez es más fácil cambiar de aparatos.