El libro de la selva, versión Disney, tal vez era de las películas que más me gustaban de pequeña. Especialmente la parte en la que el oso se rasca contra la palmera. Porque no hay sensación más inquietante que la picazón en un lugar a donde no se alcanza a rascar. La solución del animal me pareció genial y frecuentemente me sirven las esquinas de las paredes para lo mismo. ¿A quién no nos ha pasado que alguien amablemente se ofrece a rascarnos y no llega a «ese» lugar? Es como un juego con truco, nunca son suficientes las instrucciones y yo puedo asegurar que el punto molesto se mueve entre la piel, eludiendo el alivio de las uñas ajenas.
Eso pareciera valer en todo. Hay problemas, molestias, incomodidades, sensaciones desagradables, que sólo podemos arreglarnos nosotros a nosotros. Las personas ajenas a nuestro interior no encuentran el punto, porque no son los que lo sienten y pasan tratando de arreglarlo sin éxito, por mucho que intentemos darles una ruta precisa.
Para eso está el autoconocimiento. Para encontrar el punto, la solución y, hasta ese momento si es necesario, pedir ayuda o compartirlo con alguien. Creo. Igual también me ha pasado que el método de la pared no me termina de convencer y pido uña ajenas. A veces encuentran el punto y es glorioso.