Se descarrila el tren

Tener rutina, para mí, es tener que preocuparme de menos cosas. Ya sé qué se hace a qué hora, no tengo que preguntarme si tengo hambre o sueño, a los niños se les despierta siempre igual y voy a ciertas partes con regularidad. Es una delicia. Me deja libre para decidir sobre otras muchas cosas.

Hasta que tengo que hacer cambios. Integrar nuevos pasos, pensar en comidas diferentes, salirme de las vías de mi tren en marcha. Allí me cuesta. Porque tengo que repensar todo mi esquema, mover piezas que había sujetado, ampliar el horario restringido.

Cambiar rutina cuesta. Hasta que ya se vaya sola, de nuevo.

Rascarse donde pica

El libro de la selva, versión Disney, tal vez era de las películas que más me gustaban de pequeña. Especialmente la parte en la que el oso se rasca contra la palmera. Porque no hay sensación más inquietante que la picazón en un lugar a donde no se alcanza a rascar. La solución del animal me pareció genial y frecuentemente me sirven las esquinas de las paredes para lo mismo. ¿A quién no nos ha pasado que alguien amablemente se ofrece a rascarnos y no llega a «ese» lugar? Es como un juego con truco, nunca son suficientes las instrucciones y yo puedo asegurar que el punto molesto se mueve entre la piel, eludiendo el alivio de las uñas ajenas.

Eso pareciera valer en todo. Hay problemas, molestias, incomodidades, sensaciones desagradables, que sólo podemos arreglarnos nosotros a nosotros. Las personas ajenas a nuestro interior no encuentran el punto, porque no son los que lo sienten y pasan tratando de arreglarlo sin éxito, por mucho que intentemos darles una ruta precisa.

Para eso está el autoconocimiento. Para encontrar el punto, la solución y, hasta ese momento si es necesario, pedir ayuda o compartirlo con alguien. Creo. Igual también me ha pasado que el método de la pared no me termina de convencer y pido uña ajenas. A veces encuentran el punto y es glorioso.