No pude nadar más que una vez esta semana pasada. Eso implica que no escribí ni una palabra de ficción y que hay un zumbido en mi cabeza constante que antes estaba y que ahora he logrado ahogar en la piscina. No soy una persona necesariamente ermitaña, pero sí aprecio ese momento de no tener que hablar que me da nadar.
El silencio como conductor a mejor comunicación, interna y externa, es un elemento poderoso en la sanidad mental. Poder estar solo con los pensamientos y que éstos no lo destruyan a uno, que el diálogo interno sea reflexivo y no devastador, creo que se logra con terapia y silencio. Las voces internas que más sanas a veces son las más calladas y hay que poner atención para escucharlas. «Me gustas, me caes bien, esto lo hiciste bien, vales, eres suficiente», casi no tienen volumen. Las sofocamos con expectativas externas, recuerdos dañinos, emociones sin análisis. Y luego estamos enfermos, tristes, sin inspiración.
Allí es en donde uno se recupera, recoge pedazos que ha ido dejando tirados, sana, en lo profundo de nuestro silencio y soledad. Vale la pena sumergirse en ese mar interno y salir con más ganas para estar en el mundo externo después.
Esta semana espero nadar por lo menos tres veces. Tampoco necesito tanto silencio.