Sentimos para vivir

Para escuchar la sangre que nos corre entre las venas

Para que el corazón nos llene de dolor dulce

Para que nuestras manos se resbalen por una piel

Para que los labios se junten con otros

Para que una palabra nos regrese el aire a los pulmones

Para que podamos ver el deseo en otros ojos

Sentimos, aunque duela, aunque despedace, aunque queme.

Porque no sentir es perdernos de la vida misma.

Robarle tiempo a la vida

Mi vida transcurre entre horarios bastante exactos. Rara vez no le tengo asignada una actividad a un momento de mi día. Me sirve de tranquilidad, porque sé qué voy a estar haciendo. Pero a veces siento que se me va la existencia como por un resbaladero, agarrando velocidad y sin poder parar.

Cuando me agarra eso, me da ansiedad. Porque entiendo que no puedo morirme sin haber disfrutado de lo que me pasó. O sin hacer algo propio. O, simplemente, sin salirme de la aviada que llevo y que me acerca cada vez más al trancazo final.

Tener rutinas sirve para pasar un día al otro. Está bien. Salirse de ellas sirve para tener días que hacen que valga la pena vivir.

Poder poner pausa y sentarse a sentir. Recordar lo que viste pasar. Ver hacia adelante. O, simplemente, no hacer nada.

El tanque emocional necesita llenarse. Es sorprendente que no sea más seguido esa necesidad. Pero, si no la atendemos, nos fundimos.

Trato de tomarme esas pausas. No siempre puedo. Por lo menos estoy consciente que lo necesito. Peor sería quedarme tirada en medio del camino. Para mientras, sigamos en bajada, aprovechando el envión y deseando fervientemente que el choque no sea pronto.

Dolores de cabeza y otras inutilidades

Creo que estoy sobre entrenada. Creo. No sé. Hoy me costó un mundo pegarle una patada decente al dummy en el karate y casi me muero corriendo después. Pero eso no es ni extraño en mí, ni nada de qué preocuparse. O sea, no poderle pegar una cachimbeada al dummy, sí, pero que yo me exceda, no.

Admito que tengo una personalidad tenaz (no me gusta la palabra «obsesiva», es demasiado definitiva) y agarro con disciplina todo lo que emprendo. El problema con eso se presenta de dos formas: o me aburro porque lo que hago con ahínco no es lo suficientemente retador como para mantener mi interés; o lo hago hasta morir en el intento de la perfección.

Durante nuestras vidas probamos diferentes actividades: pasamos de hacer un deporte al otro, de clases de pintura a las de canto, de la guitarra al piano… De un novio a otro… No todos tenemos la suerte de haber escogido una carrera que nos gustara y que no quisiéramos cambiar, pero he conocido gente que, luego de seis años de estudiar medicina, resultaron de compañeros en derecho. Creo que es válido. Sobre todo si uno puso todo su empeño por hacerlo de la mejor forma posible y, simplemente, no era lo que le gustaba.

Pero también hay ocasiones en las que hay que hacerle ganas. Porque siempre hay de esos desiertos de la emoción en cualquier actividad, interés, relación. Y es cuando uno debe evaluar si vale la pena ser necio y agarrar un segundo aire, o no.

Así como yo hoy, que terminé mis cuatro kilómetros a paso de tortuga, sacando un pulmón y arrastrando la lengua. Pero los terminé. Y pasé el resto de la tarde con dolor de cabeza. Espero que el jueves me vaya mejor.