Ya no quiero enojarme

Mi primera experiencia de maternidad fue con mi mamá. Me tocó ser la adulta responsable durante el tiempo en que estuvo inválida, tomando todas las decisiones y, lamentablemente, haciéndome cargo emocional de una mujer que perdió su capacidad de juicio, no necesariamente su memoria. Yo ya cuidé de una adolescente. Rebelde y desafiante. Me frustraba demasiado, porque cambió la dinámica de nuestra relación y yo me quedé sin un lugar seguro para el resto de mi vida.

Probablemente, por eso soy un ogro de madre con mis hijos. Mi primera palabra es un «no» y mi gesto ordinario es de enojo. Tengo el regaño en la boca y primero lo suelto y después averiguo. Y ya estoy harta. Yo no quiero enojarme más, menos después del año de mierda que hemos tenido todos. Quiero poder reírme con los enanos, que miren mi lado liviano, que no les aburra tenerme cerca.

Es una tarea de atención y de trabajo personal que no sé si voy a lograr. Llevo casi veinte años con ese chip metido y reprogramarme va a ser trabajoso. Pero creo que vale la pena. Porque mi mamá sí se reía por todo conmigo y eso fue de las cosas que más me dolieron perder cuando le dio el derrame. Espero que, cuando les toque a ellos recordarme, lo que escuchen sea las risas.

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