Cada vez que conozco gente nueva, la que me interesa por lo menos, les hago las preguntas que me parecen vitales: qué sabor de helado es su favorito, si han leído a Dumas, si les gusta Borges y si saben quién es Iñigo Montoya. Lo básico. Luego vienen las incidentales.
Estar con gente nueva permite presentar uno mismo el lado que mejor le quede. No es duplicidad, es oportunidad. Uno no es el mismo todo el tiempo ni con todo el mundo, simplemente porque así debe ser. Las mutaciones de la persona ante estímulos distintos es lo que nos permite navegar en una sociedad que también cambia. La facilidad de adaptarse es el sello de un ser verdaderamente exitoso.
Lo difícil es volver a conocer a la gente que uno ya cree conocer. La de todos los días. Se nos olvida que ellos también cambian. Damos por sentado su existencia como un cuadro que lleva mucho tiempo colgado en la pared. Nada más equivocado. No somos ornamentos estáticos. Somos caleidoscopios, siempre cambiantes. Tal vez sólo es necesario enfocar de nuevo para vernos otra vez.