Todas las tardes tengo la costumbre de tomar una taza de chocolate caliente. Tengo excusa médica: debo tomar colágeno. Y no lo voy a mezclar con agua caliente. Así que saco la cocoa, le pongo crema y el bendito colágeno, todo sea con tal de no arrugarme (más). Como todo en mi día, es parte de una rutina que me ayuda a pasar a mejores cosas sin pensarlo mucho. Es la pausa de la tarde, a la hora en la que nada pasa aún y faltan horas antes de la cena. Está bien, eso de las pausas, ayudan a tomar inventario de lo que hay. A veces no hay nada, el día está gris. Otros, hay mucho trabajo y niños gritando. Y otras, como hoy, sólo está la computadora y la taza de chocolate caliente.
Tal vez la aproveche para llenar la pantalla de todas las palabras que nadé por la mañana.