Virginia Woolf quería un cuarto propio. Tan de su época y tan adelantada a ella. Sin mucho qué necesitar de verdad. Pero eso tampoco es cierto. Todos necesitamos un espacio que sea nuestro.
Los humanos somos sociables. El estar solo era morir en la prehistoria. Tanto así que registramos el rechazo como un dolor físico que tiene consecuencias graves para nuestra salud. Pero también sucede que sólo entendemos el mundo dentro de nosotros mismos. No hay nadie que nos ayude a interpretarlo. Así que somos solos y acompañados.
Necesitamos que nos agrupen. Y necesitamos una mente única. Todos nos quedamos jugando a cambiar de estado como niños que pasan saltando de un lado de la línea a otra, de la tierra al mar. Tal vez no sea un espacio físico, pero sí una forma especial de pensar. Como una mente propia.