Me da un poco de risa cuando alguien dice que tiene problemas de control. Porque no he conocido a nadie que diga lo contrario. Aparentemente a todos nos gusta sentir que tenemos influencia directa sobre las cosas a nuestro alrededor. Luego abre alguien la caja de pizza y, 9 pedazos después, esa ilusión de control se derrite junto al queso.
Tengo tan poco auto-gobierno sobre mi enojo, que tengo que tomar un suplemento (maravilloso, SAM-e) que me ayuda a mantener el balance de mi mal humor. Muchas veces se me caen comentarios tan ácidos de la boca, que bien podrían corroer el metal. Despierto con el firme propósito de no juzgar y a la primera doñita mal vestida ya estoy pidiendo que no me dejen salir así de mi casa.
A la par de ese deseo de tener bien agarradas las riendas, todo el lenguaje del amor apasionado es de soltarlas: entregarse, dejarse ir, saltar al vacío. Verdaderamente los seres humanos somos especialitos.
Creo que mi ideal es tener la oportunidad de ceder el control, en contadas ocasiones y con la opción de recuperarlo en cualquier momento. La esperanza es inmortal.