Los niños ya están en edades que no necesito llevarlos todo el tiempo de la mano. Van solos, dentro de mi campo visual y se sienten bien de ese ensayo de libertad. Igual se van sin mí al colegio y no es mucho lo que yo puedo hacer al respecto. Pasa que siempre terminan buscándome al final de sus aventuras, ya sea para quejarse del otro, para contarme algo que los emocionó o simplemente para un abrazo.
En la vida pasamos navegando mares de diversas dificultades. Nos llenamos de agua, nos quedamos sin provisiones, sentimos que nos hunden las olas. La vida nos da vueltas como a un barquito de papel.
Nos toca seguir a flote. Quedarse sin hacer nada y dejarse llevar hasta el fondo no debería ser opción. Pero no se puede en la completa oscuridad. Siempre necesitamos un faro que nos sirva de referencia en las noches más desesperadas, que nos de la luz que perdimos por dentro, que nos recuerde que hay un puerto seguro a dónde dirigirse.
Las ideas, los amigos, los amores, sobre todo, recordarse uno de la propia lámpara que lleva dentro, todo eso nos ayuda a pasar la tormenta. Porque siempre hay una tempestad. Y también siempre termina. Y sale el sol.
Y podemos pedir un abrazo.