Uno cree que tiene las riendas de la vida en la mano. Sobre todo al principio. Luego se da cuenta que no es sólo un caballo lo que uno dirige. Se parece mucho más a una canoa, tal vez con una pequeña vela, que hay que tratar de mantener en curso a pesar del mar.
Es una comparación trillada, lo sé. Y no por eso deja de ser cierta. Nacemos de por sí con tantas características que se salen de nuestro control. Ni siquiera escogemos nuestra altura. Y con todo eso, tenemos que avanzar, ganarle al viento, vencer la tormenta, llegar al puerto.
Hay momentos en que dan ganas de simplemente dejarse llevar. Cualquier playa es buena cuando uno ya no quiere seguir el rumbo. Pero hay que recordar que cada vez que nos hemos desviado, estamos insatisfechos y más lejos de la meta. Mejor seguir a retroceder.