El día que Fátima tuvo el coma diabético, fue el día en que el pediatra estaba en casa del carajo en CES y que hubo incendios en el camino. Venía bajando con la niña cayendo en la inconsciencia, carro contra carro, lento como la buena suerte en llegar. No choqué, no me pasé ningún alto, seguí hablándole a la niña para que no se me muriera, avisé al hospital y entré sin topar el carro en ninguna parte. Cuando mi mamá tuvo el derrame, la subí al carro y me la llevé al hospital, dejando a mi papá que viera qué hacía. Hoy que Mario se esguinzó el tobillo, terminé de meter los platos a la lavadora y de asegurarme que los niños salieran con chumba a la calle.
Logro algún tipo de calma en esas situaciones. Mi capacidad de sustraerme es muy útil en casos de emergencia, aunque me haga menos expresiva de mis emociones de lo que podría parecer normal.
No niego que es una cualidad que hubiera pasado feliz sin descubrir. Pero también la agradezco. La frialdad para contemplar el dolor es eso que me permite estar en situaciones difíciles sin desmoronarme, pero que también me mantiene allí aunque me duela. Aguanto mucho porque no le pongo mucha importancia. Hasta que sí lo siento y todo se me parte en pedazos. Pero no en una emergencia.