De pequeña lloraba por todo. Era lo que mi mamá, que tenía un chorro constante en los ojos, amablemente llamaba un chaye. Todo me molestaba, todo me hería. Era horrible. Decidí que ya no quería ser así y desde hace mucho, las veces que lloro con lágrimas rodándome son contadas. A lo más que llego es a que se me inunden los ojos como caricatura japonesa.
Luego hubo una catástrofe emocional hace dos años y se me rompieron los diques. Lloraba por todo. Oootra vez. Es muy feo visibilizar la vulnerabilidad porque pareciera que la gente sólo está esperando que uno enseñe el punto débil para meter más fácil la daga en la llaga.
Pero resulta que ser sensible es bueno. Lejos de la debilidad que creemos, sentir profundamente ayuda a acercarse a los sentimientos de los demás y a navegar con mejor inteligencia emocional por la vida. Lo jodido es encontrar ese balance entre sentir y no sentir demasiado. La capa de protección no debe ahogar la sensibilidad, sino dirigirla hacia afuera. Es un poco aprender a que uno no es el centro del universo, que la gente poco se fija en uno como regla general, que no es importante quedar bien con todo el mundo y que nada es personal si uno no se lo quiere tomar así.
Suena tan fácil, pero me cuesta entender que no es un castigo y que puedo llorar de vez en cuando.