Salvo por el hecho de ser seres humanos, nuestra autodefinición poco depende de lo que somos. Tintes de pelo, decolorantes de piel, pupilentes, implantes, tacones y hasta cirugías de reasignación de sexo, todo en nuestra modernidad nos permite cambiar lo externo. Decir que soy «rubia, de ojos azules, delgada, 38 años» es sólo una descripción de lo externo, efímero.
La verdadera forma de demostrar nuestra esencia es precisamente ésa: demostrarla. Así yo, que soy profundamente haragana, me obligo a actuar de forma diligente, porque valoro más el fruto de mi esfuerzo al placer de huevonear. Decirle a un hijo que «es inteligente» le niega el mérito del estudio. Calificar a alguien de «bueno» le hace corto circuito a su consciencia si tiene un impulso que se salga de su concepto de lo moral.
Me interesa más la efectividad demostrada en la conclusión de una tarea, que en la habilidad no ejercitada.
El paso de los años va a borrar sin duda la mayor parte de mis características exteriores, pero espero conseguir continuar demostrando lo que soy.