Cada vez que me meto en una situación complicada, por mi propio gusto, me dan ganas de patearme. Pareciera que buscara hacerme la vida más difícil. Y ahora no es nada a comparación de hace unos 15 años. Allí sí estaba lleno mi clóset de camisas de once varas.
Dentro de la filosofía existe la «Ley de la Parsimonia», Occam’s Razor en inglés: la explicación más sencilla es generalmente la cierta. O sea, si en una casa común y corriente me sirven un muslo de ave, debo asumir que es de pollo, no de gallina caquera de Guinea. Lamentablemente, como muchos principios filosóficos útiles, nos lucimos en buscar la zebra entre un potrero.
Las relaciones humanas tienen de por sí un grado de dificultad que debería captar nuestra atención. Pero la gana de incluir obstáculos adicionales al estilo de «El Juego de laOca» es tan notoria que sirve de alimento de incontables poemas, novelas, telenovelas y juicios por homicidio.
Mi papá decía que todas las cosas tienen modo y que ése generalmente es «suavecito» (lo puedo escuchar alargando la iiii). Después de pasar poniéndole flotadores durante 7 años a una relación que yo misma hundía, al fin hice caso. Desde entonces, no es que no me complique de vez en cuando la vida, pero hago limpieza de armario más seguido.