Por lo menos a mi casa, no llega ese gordo panzón. Ni el conejo, ni el ratón. Los niños tampoco nacen de un repollo, ni los trae la cigüeña. El mundo ya es demasiado engañoso como para meterle pajas monumentales a los niños. Sobre todo porque después uno quiere convencerlos de cosas que no se les pueden explicar. O transmitirles creencias no demostrables.
Así como un niño es susceptible de creerle a uno cualquier cosa, así es la gente cuando la conocemos por primera vez. No teniendo punto de referencia, es más fácil que nos tenga confianza. Y es allí en donde se forjan las relaciones duraderas. El cumplir con lo que se proyecta, ya sea con apariencias, o palabras, es un regalo que se entrega y que crece con el tiempo. Pero es una planta muy delicada y es demasiado fácil quebrarla.
Por eso yo no me arriesgo. Prefiero no hacerles la «ilusión» de la Navidad, pero que me crean que tengo su mejor interés en mente cuando les digo cosas que no entienden. Igual reciben regalos.