Me citó la maestra de la niña, una nota lacónica y sin mayores indicaciones del porqué. La recibí el lunes y tuve dos días para elucubrar. Malo, malo. No hay cosa peor que tener tiempo para imaginarse cosas que pueden suceder. Ese momento pequeño entre una llamada y su devolución me encuentra haciendo planes de funerarias y búsquedas de testamentos. Yo sé, qué fatalista.
Pero no es mi culpa. Nuestro cerebro está hecho para fijarse en todo lo malo y prepararse para los peores de los escenarios. Total, no era muy recomendable creer que el verano siempre estaría y no guardar para el invierno. Ni dejarle de hacer caso a la sombra que se deslizaba por la jungla, confiando en que no fuera más que el viento moviendo los árboles.
Todo tiene dos explicaciones, cuando menos y todo puede tener varias conclusiones más o menos buenas. Las expectativas son casi siempre nefastas, tanto si nos hacíamos ilusiones de cosas buenas como si pasamos días con la ansiedad anticipada.
La niña está haciendo protesta contra una maestra y la directora quería conocer la postura de ella. Nada grave, todo muy civilizado y no fue ni cerca lo que me esperaba.