Sacar niños de una casa es, la mejor de las veces, complicado, la peor, una batalla campal por desalojar terrenos conquistados a fuerza de «¡No quiero ir!», y «Se me olvidó la (gorra, pelota, pachón, gancho, juguete, reactor nuclear…)». Hoy, Miércoles Santo, saqué a mi tribu relativamente temprano y partimos hacia el Auto Safari Chapín, una institución de viajes familiares que mis hijos no han experimentado.
Y no experimentaron hoy tampoco. Un viaje de dos horas se convirtió en uno de cuatro que avizoraba para uno de ocho. Todo mal. Salvo por la actitud de la gente en el carro. Los cuatro, considerando lo que aún teníamos por delante, decidimos regresarnos a la ciudad. Cero dramas.
Los cambios de planes tienen que estar dentro de los planes. Porque las propuestas que uno le hace al destino están sujetas a tantas cosas fuera de nuestra esfera de influencia, que no queda más que estar preparados para que no salga lo que queríamos. Creo que es más fácil ser flexible cuando uno se concentra más en lo que se quería lograr al final que en los detalles.
Algo así como navegar por diferentes caminos, para llegar al mismo faro. Así es mucho más fácil ser flexible. Lo difícil es tomarse un momento para cuestionar qué era lo que realmente se quería.
Nosotros queríamos divertirnos. Nos fuimos a una piscina. Nos divertimos. A los animales los podremos visitar otro día.