De mis características favoritas en mí misma es lo incisiva. Cáustica, dirían algunos pero, «poteitos/potatos». Me divierto mucho con las cosas que se me ocurren, las observaciones punzantes, los adjetivos irónicos. Navego por la vida con una pátina de cinismo que me sirve de coraza. No es casualidad que una de mis plantas favoritas sean los cáctus, por espinudos.
Resulta que esa cualidad no facilita la buena convivencia. ¿A quién le puede gustar vivir con alguien abrasivo? Y, aunque es muy simpático en medidas muy restringidas escuchar mis opiniones sin filtro, estoy segura que no encontraría a nadie que me pudiera aguantar en mi máxima expresión todo el tiempo.
En la alquimia se decía que la diferencia entre un veneno y una cura es su dosificación (pues, en la medicina antigua, pero se oye más bonito «alquimia»). Todas las personas poseemos características que le dan sabor a nuestras personalidades, esas notas discordantes que elevan la música de fondo a nivel de sinfonía. Es cuando esas notas se sobreponen a la armonía que tenemos problemas en nuestras relaciones.
La inteligencia «normal» (la que se mide del QI) no sólo no es igual a saber comportarse, a veces lo impide, porque uno quiere compartir lo que uno piensa. Uno no tiene por qué decir todo lo que a uno se le ocurre, por muy divertido/atinado/cierto que sea. Sobre todo si no sirve de edificación para nadie, y menos cuando es una opinión que no nos han pedido.
A mí me gustan las personas con las que convivo y he aprendido a meter un par de filtros entre mi cerebro y mi boca. No siempre sirven, como hoy que amanecí más explícitamente ácida que de costumbre. Menos mal que, al igual que los cáctus, yo también florezco de vez en cuando.
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