Todos tenemos una tía que se quitó los filtros para decir las cosas. Tal vez nunca los tuvo pero en su juventud le decían que no hablara y ahora de vieja se siente con derecho a soltar al mundo todo lo que se le viene a la cabeza. Sin mala intención, pero sin considerar sus palabras.
Existe una confusión entre hablar cualquier cosa y tener libertad de expresión. La diferencia es que, en la primera, igual somos presos de nuestras palabras, que se salen sin ser examinadas. Evaluar lo que vamos a decir comienza por tomar en cuenta si verdaderamente nos importa. Si tiene algún propósito. Además que es bueno medir las consecuencias.
Yo quiero envejecer por el lado amable. Y sentirme en la completa libertad de hablar todo lo que quiera, pero con la sabiduría para no querer decirlo todo.