Si creo que algo necesita hacerse, lo hago. No discuto, no alego, allí se va. Generalmente eso involucra cosas para otras personas. Pero cuando son cosas para mí, me cuesta hasta pedirlas. Estoy acostumbrada a pensar que mis necesidades emocionales no ameritan el interés de nadie, ni siquiera mío y me da hasta pena. Porque verdaderamente no son cuestiones de vida o muerte, sólo son cosas que me harían más feliz y, qué tan importante es de verdad mi felicidad…
No acostumbramos a valorar nuestro bienestar y nos ponemos de último en la lista de pendientes. Hasta dormir se vuelve un lujo prescindible. Pero me duele demasiado el lugar en donde estoy por no haber sido clara, cristalina, tajante y específica. Supongo que tuve miedo que me dijeran que no y el resultado fue aún peor.
De las lecciones más duras de este año fue aprender a verbalizar mis necesidades y no aceptar menos de lo que quiero. No es que tenga expectativas, es que tengo deseos y no me voy a conformar con menos, porque cada vez es menos.
Espero que ya se me haya hecho costumbre, porque no lo quiero repetir en el 2020.