No. La verdad no. La vida (“Vida”, con mayúscula y contenido místico), no es nada. Es imparcial. Como el río que alimenta y destruye. Pasan cosas horrendas que no tienen nada qué ver con el mérito de las personas afectadas. Cualquier enfermedad de esas estrepitosas, accidentes, fenómenos naturales… de todo. Simplemente pasan.
La justicia y la equidad y la misericordia y todos esos valores que pareciera tenemos grabados en nuestro código existencial, sólo existen y sirven en la interacción con otras personas. Sólo puedo ser bondadoso hacia alguien. O ser cruel con alguien. Claro que podemos describir los conceptos en abstracto, para algo sirve nuestro hemisferio izquierdo del cerebro. Pero si se quedan allí, no son más que ideas.
Las personas son injustas. Y eso sí es objetable, sobre todo porque actitudes poco amables erosionan los cimientos de las relaciones personales, familiares, comunitarias, sociales, mundiales. Nuestra existencia como especie se funda sobre el consenso de lo que consideramos bueno o malo y de la falta del mismo han surgido todos los conflictos de nuestra historia. La vida es sólo lo que es. Nos toca a nosotros remediar sus carencias.