La playa nos enseña la orilla de lo que conocemos. Nada tan familiar como el límite antes de lo oculto. Para eso están las paredes, de las que sabemos hasta el último ladrillo, las rejas, las líneas en los mapas, las reglas, los tabúes. Una prohibición que nos acerca todo lo que podemos al fuego sin quemarnos. Hasta que alguien alarga la mano y se muere. O no.
Salirse de lo conocido significa simplemente ampliar un poco las líneas de nuestro marco, hacer propias las cosas extrañas. Requiere fuerza, valentía y desapego, lujos que no siempre tenemos.
Lo verdaderamente extraño es que siempre estamos caminando hacia lo nuevo porque nada permanece igual. Y a veces gastamos demasiadas energías en conservarlo todo como era antes, porque creemos que era mejor. Pero, como cualquier cosa idealizada, nada es tan bueno como lo recordamos ni nada tan malo como lo imaginamos.
Todo tiene un límite que nos acerca a lo siguiente y a veces, sólo es cuestión de no pensarlo y dar el paso. Porque es mejor darlo a que lo empujen.