La felicidad es celeste

O roja o el color del helado que me comía camino a casa. Sabía dulce, salada, fría, caliente. La felicidad me acompañaba en un día que terminaba cansada y con abrazos en la cama o me seguía como perro a un teatro. La felicidad es elusiva, nos espera en cada esquina para llevarnos a la siguiente. O nos empuja desde abajo para que alcancemos otra cosa. La felicidad me sabe a un beso con la boca recién lavada. A un lugar entre los brazos abiertos de alguien que me quiere. Huele a la cabeza de mis hijos, al pastel de cumpleaños, a mis gatos.

Todos conocemos la felicidad y es diferente para cada uno. Se escribe de ella como del amor: pasajeros e inconstantes. Cuando lo cierto es que ambos habitan dentro de nosotros y sólo los tenemos que saber visitar. Ser feliz tiene más qué ver con los lugares comunes a los que regresamos una y otra vez, que con la euforia de lo novedoso e inconstante. La ropa que nos queda bien, la mano que nos calza la piel, la voz que nos dice buenas noches con cariño.

Mi felicidad se viste de celeste, es fría, sabe a hielo. Me derrite por dentro y me deja esperando que brille el sol.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.