Has Sido Tú

Muy pocas relaciones de esas apasionadas al límite de la adolescencia duran más de la revolcada para quitarse la calentura. Lo que une a muchos es la química que queda en el cerebro después de la avalancha de endorfinas y otras vainas que se liberan con el placer. Nuestras neuronas nos dicen que hay intimidad emocional con una persona con la que apenas si hubo roce físico.

Luego están esas relaciones que suenan perfectas en papel, pero que no encienden ni una chispa de canchinflín, mucho menos las brasas del deseo (chalagrán). De allí una alta densidad poblacional en la despreciable Friendzone.

Y después está esa conjugación astral que parece casi mágica, poco menos que imposible. La que le enseña a uno a apreciar las letras ridículas de las canciones de Camilo Sesto y a tener discusiones filosóficas con la misma persona. La que le permite a uno enseñarse completamente desnudo, sin temor a ser juzgado, pero que todavía conserva la ilusión de mostrarse ante el otro con los mismos nervios de la primera vez. Cuando uno procrea para verse mezclado con el otro, pero espera que la progenie se largue a los 25 para quedarse solos de nuevo. Es conocerse hasta el pensamiento y descubrir nuevas cosas que admirar.

También es hacerse equipo sin perder la independencia. Discutir y pelear y dejarse de hablar, sin perder el respeto. Es ceder sin ponerse de alfombra.

Es poder identificarse con el «has sido tú» de Hombres G y los mordiscos, pero también con el cursi del «amor de mi vida».

 

 

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