Hoy quiero hablarte de ti. Del centro duro que recubres con palabras amables. O suave que proteges de los demás para que no te lastimen. Quiero hablarte de la forma en que miras el mundo, un lente de acercamiento al más mínimo detalle, o los ojos entornados para ver la imagen completa. La forma suave con que dices palabras cortantes y cuando alzas la voz para decir “te quiero”. Si tuviera que hablarte de ti, te recordaría las tardes cuando aún no crecías y mirabas el mundo desde la grama en la que descansabas. Te contaría del helado que te gusta y de las noches sin dormir y de las otras que no quisiste despertar.
Hubo una mañana, ¿la recuerdas? que escuchaste cantar a todos los pájaros del mundo, invisibles dentro de unos esos árboles infiltrados en la ciudad. De la vez que pensaste que el cielo se abría en una franja entre la calle y las nubes, recordándote a un par de ojos que tienen otro color. O cuando tomaste agua fría en un día caluroso, te tiraste al agua helada en un día nublado y bailaste sin compañía en la cocina con la música a todo volumen. Pudo también haber sido en la ducha.
Cantas mal, pero bonito. Escribes bien, lees mejor, besas poco aunque te gusta y sabes abrazar. El mundo te cabe en los ojos, por eso haces que se pierda todo allí adentro.
Si quieres que hable de ti, déjame verte en silencio.
