El niño acaba de venir de tragedia: su proyecto del sistema solar con botones fue el peor de la clase. Y pues, sí, estaba súper chereto. Pero le estuve diciendo los cuatro días seguidos que lo hiciera, que lo midiera, que dibujara las líneas, escribiera los nombres de los planetas… Prefirió jugar y el resultado fue predeciblemente mediocre.
A parte de despejar alguna duda, comprar los materiales y estar físicamente presente, nunca he ayudado a ninguno de los dos a hacer sus tareas. Yo ya pasé el colegio. Les toca a ellos hacer sus cosas. Eso nos ha traído como consecuencia que, en trabajos manuales como el de ayer, les va considerablemente peor que al resto de sus compañeros. Pero su nota es sólo suya.
Estar dispuesta como mamá a dejar que el niño sufra porque sus acciones tienen consecuencias, me cuesta. Por supuesto que no me gusta verlo en tragedia, llorando amargamente. Pero, más que consolarlo y contarle un cuento para que se ría, no hago más. No me toca.
A él le quedan dos cosas de aprendizaje: no le gusta llevar malos trabajos a la clase y entiende que no siempre es el mejor sólo por su linda cara. Y yo aprendo a simplemente estar allí para él.