Siempre es lo mismo. Pasar mucho tiempo juntos es llenar una reserva de agua para días de sequía. Los cuales son los más, porque de algo hay que vivir.
Esa reserva se vacía de a poquito. Unas gotas los días de clase en la u, porque me vence el sueño y caigo muerta a las 9:30. Otro poco cuando no hay tiempo ni de mandarse un mensajito. Hay una fuga cuando pasa algo tonto y no le puedo hablar, porque estamos ocupados.
Es un lugar de mi corazón que tiene necesidad de llenarse. Una necesidad que yo misma he creado, que permito, que aliento. Porque el sentirla llena es dulce. Porque no necesito que esté repleta para vivir, pero lo prefiero.
Hacerse vulnerable y estar abiertos a ese dolorcito nos permite disfrutar mucho más de todas esas veces cuando sí hay un mensaje, una llamada. Cuando una mano a media espalda recuerda que uno no está solo, que tiene el compañero de viaje que eligió. Se sigue teniendo vida independiente, pero es más satisfactoria porque hay con quien compartirla, aunque sea en momentos robados a lo cotidiano.
No soy masoquista, pero ese dolor sí me gusta. Y hay alguien que lo siente conmigo.