A mi papá le daba alergia la cebolla. Los frijoles en casa nunca tuvieron cebollita frita y a mí se me deshacía la boca del antojo de los frijoles de la vecindad. A las 6:30 de todas las tardes se colaba el olor de la cebolla lista para la cena. Pocas cosas me gustaban más en casa ajena. Creo que sólo los frijoles. De allí, todo sabía mejor en mi casa. Mi mamá tenía el don de hacer que hasta el agua caliente supiera bien.
O al menos así lo recuerdo. Es muy probable que lo que sucediera es que uno va haciéndose el paladar por lo de uno, por lo cercano y que contra eso mide todo lo demás. Costumbres de ponerle más o menos sal a la comida, tomar agua en vez de fresco, pasar sopa… Lo importante al final es que es como uno se lo ha hecho y allí se siente bien. En los años que vivimos con nuestros padres, nos formamos para el resto de la vida y con dificultad superamos lo impreso por esa época. Tal vez hasta se puede decir que allí nos damos forma, el resto de vida sólo coloreamos el fondo.
Lo mejor es aprender qué verdaderamente corresponde con lo que a uno le gusta. Como en mi casa que yo hago la mantequilla de maní y la comprada ya no nos gusta. Pero porque es nuestra. Y yo sí le pongo cebolla a los frijoles.