Hay estándares de belleza objetivos que tienen que ver con armonía, balance, proporcionalidad. Cuestiones de sabores que son biológicamente imperativos o repugnantes. Acordes que resuenan en lo que sólo podemos llamar nuestro espíritu. Hay todo eso y uno puede señalarlo y decir que es “bueno”.
Pero hay un nivel adicional: el de “me gusta”. Y éste es paralelo al anterior. Es esa preferencia que nos toca personalmente, que no necesariamente compartimos con el resto del mundo. Generalmente vienen de las experiencias que hemos adquirido y que nos forman (a veces deforman) hacia un gusto. Es la mañita que les transmitimos a nuestros hijos cuando les servimos huevos duros con vinagre y sal. O cualquier cosa semejante.
Lo objetivo nos hace humanos. Nos forma en lo estético, nos avanza hacia lo sublime como especie. Lo segundo nos distingue como individuos. Ambos coexisten y está bien. Sería demasiado aburrido que nos gustara a todos lo mismo.