Así de fácil

Al nene le crece torcida una pezuña. (El nene es ese individuo de cuatro patas que pesa cien libras y se cree chiquito que me comió un sillón entero y que me tiene jurando que jamás voy a volver a tener un perro, mientras le digo el “nene” porque me tiene enamorada.) Como buen adolescente rebelde, no me deja que le corte las uñas y se queja si le apacho la pata. Imposible hacerlo yo. Así que lo llevé a la veterinaria…

La educación de los hijos tiene mucho que ver con convicción y más aún con fe. Convicción en que la parte de la disciplina, las reglas, los límites y todo eso que no ayuda a la paz del hogar cuando se imponen son buenas para ellos y fe que las ejerzan cuando uno no está presente. El “por favor” y el “gracias” que hay que sacar con anzuelo, les debe brotar natural en otra casa. Y esa dulzura que uno quisiera ver se derrama con mamás que no son las de ellos. Y está bien. Porque yo no estoy con ellos todo el tiempo y es precisamente allí cuando tiene que servir lo que trato de enseñarles. Frente a mí me sirve menos que se porten bien.

Creí que le iban a tener que poner bozal al chucho. Que lo iban a tener qué sedar. Y quedé sorprendida de ver cómo hasta estiraba la pata para que le hiciera su manicure. En fin. Menos mal fue así porque ahora ya sé que lo puedo llevar más seguido. Porque conmigo igual no se deja.

Yo no sabía

Hoy me enteré que La flor de la canela, es una canción peruana. Y yo que creía que era un bolero mexicano. Que, a primera pasada, suenan muy parecido.

La ventaja de vivir fijándose en el mundo es que uno tiene la oportunidad de aprender cosas nuevas. Aún cuando uno creía que ya las sabía. Ese principio budista de aproximarse a todo con mente de principiante abre el espacio necesario para aprender. Y que todo sea nuevo y sorprendente.

Prefiero parecer ignorante y simple al emocionarme con cosas familiares que perder la capacidad de maravillarme, sólo porque ya las conozco. Así me disfruto a mis hijos y la comida y las canciones. Hasta las que ya creía que conocía.

Orden

Mi mamá no era ordenada. Para casi nada. Dormía poco, comía cereal a la una de la mañana, sus mesas de trabajo eran un desastre. Mi papá era extremadamente ordenado. Con horarios rígidos, los lápices alineados por tamaño y las camisas por color. Y cuando se trataba de encontrar algo, mi mamá metía la mano dentro de la montaña del desastre y la sacaba con lo que quería, mientras que mi papá no encontraba nunca lo que buscaba.

Hay una diferencia enorme entre ser externamente ordenado y ser metódico, según lo veo yo. Ponerlo todo a escuadra no significa que uno recuerde dónde lo hizo. No propongo que el desastre sea preferible. Personalmente, me gustan las cosas en su lugar. Pero el exceso de rigidez no ayuda a la felicidad.

En lo personal, me gusta el balance. Las cosas tienen un lugar y las dejo siempre allí, porque sino no recuerdo dónde jodidos están. Y, prefiero fijarme en el resultado (la ropa está limpia, la comida hecha), que imponerme un proceso del cual no me puedo desviar. Las rutinas son más bien una guía, no una tabla de mandamientos. Y, aunque yo no tengo una montaña de desastre sobre mis mesas, tampoco le tiro las suyas a los que viven conmigo. Cada quien su método.

Conocer a alguien

Me encanta observar a las personas y hacer conjeturas acerca de sus vidas. Es un excelente ejercicio para escribir. No tanto para conocer a alguien. Para eso, uno tiene que estar atento a lo que le digan y contrastarlo con lo que hacen. Si uno presta suficiente atención, la gente le dice a uno quién es en los detalles más pequeños.

Conocer a alguien, comprenderlo, es muy parecido a quererlo. Rara vez odiamos lo que conocemos. Le tenemos recelo a lo desconocido. Y nos da pereza hacer el esfuerzo por acercarnos a lo incógnito porque requiere intención y apertura a cambiar de opinión. Comprender exige que ejercitemos el verdadero músculo de la empatía que es la imaginación y algunos de nosotros no lo usamos desde la infancia.

La lección importante es diferenciar entre comprender y tolerar. Yo puedo entender a alguien que me haga daño, pero no voy a aceptarlo. Ya llevo demasiado tiempo trabajando esa diferenciación y dándome todo el permiso del mundo para alejarme de lo que no me conviene. Igual, sigo haciendo lo posible por descifrar a los que me rodean. Me sirve para escribir.

Sabor dulce

Hoy sabes dulce

tocaste miel

o pensaste en algo bonito

sabor a postre disfrutado

a mandarina abierta

sabes dulce

¿será eso bueno?

a veces confundimos el cianuro con azúcar

y a ti te puedo confundir

con alguien que me quiere.

El olor que me gusta

Estoy leyendo Moby Dick y describe el olor de la grasa de la ballena como “fragante”. Nunca hubiera imaginado que alguien utilizara esa palabra para describirla. Es algo que yo usaría en relación a un lirio o a una mandarina. Pero los olores son tan particulares, que le creo a Miller. Si algo es una constante en nuestras vidas es el sentido del olfato. No por nada de los efectos secundarios no fatales del covid era perderlo. La vida deja de tener sabor. Literalmente.

Oler nos acerca a nuestros hijos, nos une a los seres queridos, afianza recuerdos y nos protege. Estar conscientes de los olores a nuestro alrededor nos ayuda a maximizar nuestras experiencias. Y es el ingrediente principal en las comidas. Nada despierta tanto el hambre como el olor a pan recién horneado y me parece triste que los panaderos estén tan acostumbrados a ese aroma, que ya no lo perciben.

Muchas de las cosas que disfruto las asocio a un olor en particular. Tengo guardados los recuerdos de mis padres entre olores específicos. Y basta con entrar al cuarto de mis hijos para saber, por cómo huelen, hasta de qué humor están. Qué rico poder percibirlos así, aunque a ellos tampoco los pueda calificar como fragantes.

Todos tenemos una realidad

Lo que yo miro en el espejo es totalmente distinto de cómo me miran a mí. Misma persona, distintas percepciones. No me gustaría verme a través de los ojos de todos, pero sí de algunas personas que me tienen buena voluntad. En general, sólo podemos experimentar la vida de forma subjetiva, porque somos nuestro propio vehículo.

Hay un problema ahora y es que confundimos esas realidades con la Verdad. Hay cosas que son absolutas, desde hechos científicos hasta valores universales, que son los mismos no importa cómo los percibamos. Y precisamente porque los llegamos a vivir distinto, es que en lo que ahora consideramos una sociedad civilizada, las normas son generales e impersonales, porque se resguarda el valor y se le aplica a la persona. La eterna dicotomía entre la justicia y la misericordia.

Hay tantos aspectos de la Verdad, que pareciera que no existe. Pero sí y una de las mayores aventuras que tenemos como humanos es buscarla. Aún sabiendo nuestras propias limitaciones. Lo peor que podemos hacer es quedarnos simplemente con la imagen del espejo.

Sin preocupaciones

The Matrix es una de mis películas favoritas. Se puede uno poner tan filosófico al considerar la realidad como una simulación y a la vez gozar cómo Neo se acaba todas las balas del universo. Pero dentro de la película, el mejor monólogo es el del agente Smith cuando tortura a Morpheus y le dice que los humanos trataban de despertarse en la versión sin problemas del programa.

Durante nuestra evolución, el cerebro ha ayudado al ser humano a sobrevivir fijándose en lo malo, suponiendo lo feo y esperando lo peor. En la selva uno no se puede dar el lujo de no ponerle atención a una sombra que se mueve, queriendo creer que es una planta y no un tigre. La diferencia es comer y ser comido. Nos gusta tanto la presión que la consideramos honorífica. Sobreponernos a nuestras circunstancias es un mérito. Superarse un logro.

Nunca se ha escrito una novela épica acerca de un personaje sin obstáculos a vencer. Aburrido. Pero, en este momento de mi vida, escogería la planicie de una vida sin mayores preocupaciones. Aunque me termine comiendo el tigre.

La edad

Definitivamente ya no soy joven. Desde que me parecen inapropiados (por la edad) los vestidos que les ponen a niñas que no saben ni andar en tacones hasta que las 12 de la noche ya es muy tarde… ¡Qué joven se vuelve uno viejo!

Los seres humanos seguimos teniendo un imperativo biológico que debemos cumplir. No por nada somos capaces de procrear a los 14 años. Pero también hemos cambiado (en muy pocas décadas) a asignarnos otros imperativos sociales que pelean con nuestros cuerpos. Tengo cero problema con retrasar la edad de la crianza. Y tampoco me importa pelearme con mis hijos para ayudarlos a no saltarse etapas. Si en verdad estamos alargando las etapas de la infancia y adolescencia, seamos consecuentes y no los disfracemos de adultos hasta que puedan serlo.

No podemos tener dos cosas que se eliminan entre sí a la vez. Y eso tal vez hace más complicado el trabajo de acompañar a seres humanos en el camino de la adultez. Sin embargo, estoy convencida que vale la pena.

Hambre

Tengo tanta hambre

que prefiero no comer

no me alcanza la comida

será porque no me platica

o porque hay otra clase de hambre

que también se satisface con la boca

y para la que no hay saciedad.