Yo cocino todos los días. Es algo que me encanta y sigue sin pesarme. Hacer loncheras es otro cuento. Porque tengo un repertorio limitado de comida que les puedo mandar. Y uno aún más pequeño de lo que efectivamente se comen. Al igual que la planchada, es una tarea que hago con dedicación pero sin entusiasmo.
A la gente que uno quiere, se le cuida. Entre las muchas formas de hacerlo están esos actos de servicio que tal vez pasan desapercibidos pero que contribuyen a que la otra persona esté más cómoda. Son cositas que no pesa hacer y que suman. Con los hijos todo es de una vía y se darán cuenta cuando lo hagan con los propios. Vaya si no extraño los cuidados de mi mamá. Eso me da combustible para seguir haciéndolos. No tienen a nadie más. Es lo que toca. Y pronto ya no estarán en casa.
Todo tiene su momento y las loncheras me satisfacen a mí. Aunque a veces no se lo coman todo.