Las preguntas

Hace unos años salió un artículo en The New York Times enumerando 36 preguntas para “enamorarse”. Las preguntas son interesantes, pero creo que tienen poco qué ver con la intimidad. O sea, sí revelan algo de la otra persona, pero si uno de los dos (o ninguno) está dispuesto a ponerle atención sin adulterar a las respuestas, de poco sirven.

La intimidad es resultado de un genuino interés por alguien. Porque conocer, acerca. Y tiene un truco adicional: es constante. No basta sentarse una hora a hacer un ejercicio simpático. Hay que estar atentos lo más que se pueda. Todos cambiamos y siempre hay algo nuevo qué conocer.

He leído varias veces las preguntas del NYT y las recomiendo. También recomiendo hacer las propias, con las cosas que a uno verdaderamente le parecen importantes como qué sabor de helado prefieren. Y volverlas a hacer. Es divertido encontrarse con cosas nuevas en gente conocida.

Voy a cocinar

En mi vida, hay dos formas de demostrar cariño: o te escribo o te cocino. Los demás “lenguajes del amor” me salen con un acento horrendo. Pero también he aprendido a advertir que estoy queriendo cuando cocino. Aunque sea una sopa de sobre.

Uno no quiere como quiere, quiere como puede. Claro que en ese “poder” hay campo para el aprendizaje y obviamente no va uno a, por ejemplo, leerle un poema a un bebé recién nacido y pretender que con eso se dé por satisfecho. El cariño, como el gusto por la comida, se va desarrollando y uno debe ampliar el paladar.

Debería ser todo mucho más simple. Saciar la necesidad de cariño como la sed. Pero los humanos lo volvemos todo complejo y hasta algo tan básico lo enmarañamos. Espero algún día poder demostrar lo que siento de forma que me lo entiendan y aprecien sin tener siempre qué recurrir a la explicación culinaria. Aunque me guste.

Cambios de humor

Paso de risas a regaños en lo que me toma ver desorden en la casa. No hay un período de adaptación. Pero tampoco hay mucho tiempo de enojo. Además que no hay duda de qué es lo que me ensatana. Soy bastante consistente.

Claro que los humanos nos llevamos por las emociones. Todas las religiones, meditaciones, retiros, filosofías, son un intento de darnos un espacio de reacción entre nuestros sentimientos y nuestras acciones. Pero, ni la culpa, ni el castigo, ni la recompensa, ni la consciencia son siempre suficientes. Las emociones se disparan por reacciones químicas que informan a nuestro cuerpo qué debemos hacer. En sus manifestaciones más primitivas (comer, protegerse, aparearse), nos ayudaron a sobrevivir. En este mundo moderno, creo que no tanto. Y allí es donde hay que estar claro que ese arrebato no nos lleva a ninguna parte buena.

Cada vez estallo menos, no porque no lo sienta, sino porque le he ido quitando disparadores a mis estallidos. Es más fácil discernir que un plato mal puesto no es el fin del mundo, que tratar de apagar el grito cuando ya va saliendo. Aunque a veces (como ayer), hasta eso me falla.

Las calles al revés

Waze me sacó por calles que transito con frecuencia, pero en sentido contrario. La sensación es desorientadora, como verle la cara a alguien que uno conoce, pero puesto de cabeza.

Generalmente tenemos una postura desde la que vemos todo y desde ese ángulo, logramos una comodidad. La misma se puede convertir en aburrimiento, porque todo nos parece igual siempre. Pero lo cierto es que hasta lo más común, tiene ángulos distintos desde dónde verlo y así, cambia.

¿Se podrá hacer lo mismo con las personas? Verlas desde un lugar diferente y así cambiar nuestra opinión de ellas. Creo que vale la pena probar.

Me pegaron en la cara

Detesto combatir en el karate. Lo detesto. Siento que voy a lastimar a alguien. O que me voy a ver ridícula haciéndolo. O que me van a lastimar. Y pasan todas esas tres cosas y no pasa nada.

Hay cosas que cae mal hacer. Porque nos empujan fuera de lo que nos queda cómodo. Solo se hacen cosas fuera de lo común, saliendo del cuadrito conocido. Por eso aprende uno cosas nuevas.

Pero sí, me dieron un golpe en la cara que me dolió en el momento y mucho más en el ego. Creo que es porque tengo un problema de visión perimetral. O puede ser simplemente que soy muy mala combatiendo. No son mutuamente excluyentes.

Volver a explicar

Uno quiere que sus hijos sean independientes. Les enseña a tomar decisiones propias, a tener opiniones y carácter. Y luego quiere que le hagan caso sin cuestionar. La hipotenusa.

En la adolescencia hay un proceso inevitable de alejamiento entre los hijos y los padres. Cortan el cordón umbilical y uno tiene que darles espacio. Para que se estrellen, pero no tanto. Porque si no lo hacen ahora, en chiquito, les toca después, en grande. Las cicatrices es mejor si uno se las cuida. Pero hay que dejarlos y eso cuesta.

Me toca volver a enseñar modales en la mesa. Graduar volumen de voces. Poner reglas. Y volverlo a hacer. Estoy segura que más de algo se les queda.

El entreno

Hay habilidades naturales que son esenciales. Ningún talento, sólo la capacidad del cada ser humano de aplicarse a lo que hace. La perseverancia es mil veces más importante que la capacidad. Pero se nos escapa que esa característica también es susceptible de agrandarse.

Loa humanos tenemos el equivalente de un contenedor limitado de fuerza de voluntad que vamos usando durante el día. Una vez se acaba, es más difícil hacer lo difícil. Comemos mal, dejamos de hacer ejercicio, no nos aplicamos. Pero hay un truco perfecto para no usar esa dote de disciplina: no pensarlo. Suena el despertador, se levanta uno y ya. Es hora de hacer ejercicio, lo hace. La rutina, lo vuelvo a decir, sirve para no tener que usar la fuerza de voluntad.

Entrenar es mucho más importante que el talento. Y aprender a entrenar es de lo mejor que uno puede hacer. No es un defecto el no aplicarse, es sólo falta de experiencia. Y eso es fácil de adquirir.

El espacio

Hay tanto espacio entre nosotros

todo ese aire, calles, nubes

los árboles que se mecen

las personas que te miran

nos une

mientras más distancia

más cosas sirven de puente.

Partirse

Cuando iba a tener a mi hija, tuve un pequeño momento de pánico: ¿cómo le iba a hacer para quererla tanto como al primero. Tonto, viéndolo hacia atrás.

Pensamos en nuestras relaciones en términos de escasez: damos y recibimos algo en las mismas, pero es finito. Cuando en realidad lo que constituye un cariño es esencialmente inacabable.

Los quiero a los dos y hubiera podido tener dos más y quererlos. No me parto.